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Inma Lahoz, anestesista: mil y un viajes a África

Esta vecina es una de las voluntarias de Médicos del Mundo que cada seis meses visitan en Tinduf, Argelia, los campamentos de refugiados del Sáhara.

Inma Lahoz, anestesista: mil y un viajes a África

Reportaje: Irene Chaparro

Cada año la anestesista Inma Lahoz Gimeno (Zaragoza, 1962) emprende dos viajes de vuelta a lo que llama «su otra casa». Allí, «los amaneceres son preciosos, los atardeceres maravillosos» y al otro lado de un muro miles de personas sin tierra intentan sobrevivir en tiendas de campaña alimentándose a base de harinas. Cada día que el equipo quirúrgico pasa en Tinduf, sus integrantes atraviesan las paredes que rodean la zona de Protocolo, donde se alojan, y son escoltados hasta el hospital de los campamentos. Al llegar a quirófano comienzan una nueva jornada de trabajo.

Inma estudió medicina en Zaragoza. Hizo su especialidad en el Ramón y Cajal y después dedicó su carrera a llevar a los brazos de Morfeo a los pacientes del Hospital 12 de octubre. Más allá de las cuestiones técnicas de su profesión, siempre le pareció muy importante que los médicos se posicionaran socialmente y se ofrecieran a ayudar a quienes lo necesitaran. Tanto dentro como fuera de nuestro país.

En 1996 Médicos del Mundo inició un proyecto en el Sáhara y le propusieron formar parte de una comisión quirúrgica. Y aceptó. Sin pompa ni ceremonia. «Necesitaban un anestesista para el proyecto y yo sé anestesiar». Y aquel fue el inicio de la aventura vital que la llevaría a formar parte de lo que los europeos conocemos como el Sáhara Occidental.

Antes de llevar a cabo su primer voluntariado ya era consciente de las injusticias que vivían las comunidades del Sáhara y fue su implicación con la causa lo que le motivó a aceptar: «Ya sabía quién era el pueblo saharaui y conocía la vulneración de sus derechos. Para mí, participar en las comisiones quirúrgicas era y es una manera de apoyar la defensa de esos derechos, de ayudarles a sobrevivir y que puedan seguir luchando». Después de la primera experiencia, lo que más le impactó fue la dureza de la vida en el campo de refugiados y pensar que por aquel entonces esas personas ya llevaban dos décadas viviendo así: «No tenían absolutamente nada que no se les llevara, nada que no fuera donado».

El desasosiego que le produjo ser testigo de la injusticia, le llevó a adquirir un compromiso que cumple desde hace 20 años. Antes de su jubilación utilizaba periodos de vacaciones y días de descanso para viajar a los campamentos dos veces al año, por periodos de 12 días en cada ocasión. Allí sigue trabajando y anestesiando a ancianos, niños y adultos para que puedan ser operados de cataratas, en algunas ocasiones congénitas. Además de su voluntariado en el Sáhara, esta vecina de Rivas ha participado en comisiones quirúrgicas en Liberia y Benín. También colabora con otras ONG de Rivas como ‘Guanaminos sin fronteras’ y ‘Rivas Sahel’.

LO EXTRAORDINARIO EN LO ORDINARIO

La anestesista no ve nada de especial en sus viajes a Tinduf, cree que el voluntariado es «hacer lo que sabes hacer en lugares donde es necesario» y no piensa que se trate de una cuestión de buena voluntad. Considera los campamentos su «otro lugar de trabajo, donde hay que dar el 100%». No, ella no ayuda, ella «lleva a cabo un trabajo con una implicación de posicionamiento político».

Y eso hacen los otros miembros de la comisión quirúrgica con los que viaja: trabajar. Primero desembalan los utensilios y preparan el quirófano. Dejan algunas cosas guardadas en maletas porque «el polvo y la arena entran por todos lados». Después operan. Su jornada empieza a las 8.00 y acaba a las 17.00. El último día de su estancia no realizan operaciones; lo reservan para atender complicaciones que puedan surgir en los posoperatorios. Ese día también hacen una pequeña excursión al desierto, donde comen pinchitos de camello y beben té con sus amigos del hospital.

UN CAMINO EN LA ARENA

En el campo de refugiados, la vecina de Rivas tiene a sus amigos y a su otra familia. Verlos en el día a día ya no es tan fácil como antes porque tras el secuestro de tres cooperantes en 2011, las comisiones quirúrgicas viajan con medidas de seguridad muy estrictas. Aun así, en su maleta lo único que nunca falta son «las cosas que cree que sus amigos de allí puedan necesitar, como ropa.»

Inma ha vivido la transformación de los asentamientos a través del cambio en su propio alojamiento. Primero durmió en tiendas de campaña, en el suelo. Después llegaron las casitas de adobe con techos de tela. En los últimos años en los alojamientos ya tienen baño. Para el pueblo saharaui la situación también ha ido cambiando y sus componentes intentan abrirse camino: «Hay cada vez más casitas de adobe y menos jaimas.» Pero sus necesidades siguen siendo las mismas desde que comenzaran la guerra sin fin en la que viven: «tener una patria, una identidad, un pasaporte, una perspectiva de futuro, poder decidir como pueblo».

LA LUZ Y LA SOMBRA

Al volver a España lo más difícil es pensar en las personas que quedan en el Sáhara: «Allí los dejas, en el agujero del campo de refugiados; en un sitio del que no pueden salir. Dejas a esa gente que está luchando, que está intentando sacar adelante a su familia.» Lo más gratificante es la convivencia, las experiencias que pasa con el personal de quirófano y del hospital y la satisfacción de haber devuelto la vista a más de 150 pacientes.

Después de cada experiencia, «que pasa volando», el equipo vuelve a Madrid. Ese día Inma almuerza y descansa sobre el sofá con las piernas en alto mientras piensa en los amigos y familia que han quedado atrás. A 2.186 km de distancia, en su otra casa, alguien que hasta entonces nunca había visto el sol, lo observa esconderse en el horizonte, testigo, por primera vez, de un «maravilloso atardecer».·

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