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Luis Piedrahita: «El humor hace la vida soportable»

Entrevista con el humorista, mago, guionista y creador de palabras, que presentó la gala de clausura del Festival de Cine de Rivas 2018.

Luis Piedrahita:

«El cine es la posibilidad de representar un sueño en una sala y compartirlo»

Entrevista: Nacho Abad Andújar / Fotogtrafía: Diego Martínez

El humorista, mago, escritor y guionista Luis Piedrahita (La Coruña, 1977) presenta este año la gala de clausura del 17º Festival de Cine de Rivas, que incluye la entrega de premios de los dos concursos de cortometrajes que organiza la Concejalía de Cultura: el nacional y el local (sábado 17 de marzo, auditorio Pilar Bardem, 20.00, gratuito con retirada de invitaciones).

Entre galardón y galardón, representará alguno de sus monólogos: esas disertaciones cómicas donde habla de cosas pequeñas para abordar temas grandes. Una ocasión para disfrutar del talento de este prestidigitador del lenguaje que inventa palabras fusionando lexemas y morfemas. Un ejemplo: ’Propena’ (propina lastimosa que provoca vergüenza en quien la da y lástima en quien la recibe).

Sus hallazgos semánticos se disfrutan en el libro ‘Cambiando muy poco algo pasa de estar bien escrito a estar mal escroto’ y se escuchan en el programa radiofónico ‘La ventana’ (cadena SER). También colabora con el programa televisivo ‘El hormiguero’ (Antena 3), donde destapa su faceta de mago para recrear ‘milagros visuales’.

Humorista, mago, codirector de cine, creador de palabras, escritor de guiones y libros¿ ¿Quién es Luis Piedrahita?

Me encanta hacer todo lo que acabas de describir. Todo eso es mi pasión. Soy una persona que tiene la suerte de poder dedicarse a hacer lo que le gusta. Pertenezco a un club pequeño y afortunado de gente que recibe un sueldo por hacer algo que gustosamente haría gratis.

A Rivas viene a presentar la gala de clausura del Festival de Cine y la entrega de premios del concurso nacional de cortos. ¿Qué es el cine para usted?

El cine es otra manera de contar historias e intercambiar sentimientos, pensamientos y emociones. La posibilidad de representar un sueño en una sala y compartirlo con el público. De emocionar y emocionarse. Una de las grandes formas de comunicación, y de las más artísticas.

Regálenos una palabra de su neolengua para autodefinirse.

No es tan fácil. Me alegra que la gente lo crea, porque parte de la labor del artista es que no se note el esfuerzo. Que parezca que al malabarista no le cuesta, que a Messi le sale sola la jugada o que leas una novela de García Márquez y creas que la puedas escribir tú. Eso quiere decir que se ha sabido ocultar los mecanismos de esfuerzo que se esconden detrás del acto creativo. Cada palabra que hago en la radio [programa ‘La ventana’] me lleva un rato largo prepararla.

¿De dónde le viene tanto amor por las palabras?

Siempre me han gustado. Es bueno que gusten, son la única herramienta para compartir y disfrutar nuestras ideas y sentimientos. Gracias al lenguaje, damos lo que somos y nos enriquecemos con lo de otros. Cuanto más preciso sea el lenguaje que se habla, más atinado será lo que compartimos: una idea o un sentimiento. Si sólo tienes diez palabras, tu abanico sentimental e intelectual se reduce a casi nada.

Como prestidigitador semántico, ¿aceptaría un sillón en la Real Academia de la Lengua?

La RAE no renueva el idioma, no inventa las palabras. Recoge el uso de lo que está en la calle. No se sientan y dicen: hace falta una palabra para esto, ¿cuál podríamos inventar? La RAE dice: llevan diez años utilizando la palabra ‘cliquear’. Y la recogen y definen para unificar su uso. Me temo que no me ofrecerán un sillón en la RAE, porque no soy estudioso del lenguaje académico ni filólogo ni etimólogo. Soy un humorista, la creación de palabras lo hago para la risa y, sí, detrás está el veneno del lenguaje. Una manera de enseñar a pensar, no enseñar qué pensar, sino de animar a pensar, es pensar en palabras. Si piensas en palabras se abre un abanico de conexiones semánticas y significados en común con posibles chistes, bromas, juegos, malabarismos y carambolas como las que aparecen en el libro ‘Cambiando muy poco algo pasa de estar bien escrito a estar mal escroto’.

Pero en esta sociedad, no se nos enseñan a pensar.

No sé si la responsabilidad es de la sociedad. Es algo de cada persona y sus inquietudes. La sociedad influye como influye el clima, pero no puedes culpar al clima o la sociedad. No creo que haya una mano negra impidiendo que la gente piense u oponiéndose al pensamiento. Creo que es cuestión de esfuerzo. Es más fácil no pensar que pensar. Es cierto que la sociedad tiende a ser cómoda y perezosa. Todo nos lleva a que las cosas nos cuesten menos. Y por ahí uno se relaja y deja de pensar. La pereza es inherente al ser humano.

 En sus espectáculos de magia y humor, siempre habla de lo pequeño, ¿por qué?

Y ahora presento en Rivas la gala de clausura de un concurso de cortometrajes [películas pequeñas]. Lo pequeño es la metáfora perfecta para hablar de los grandes temas. Sobre todo en el humor, donde lo importante es que no te vean venir. Si empiezas a hablar de los topecillos blancos de plástico con forma de supositorio que hay debajo de la tapa del váter, y haces una referencia a la condición del alma humana, es una sorpresa humorística, algo inesperado. A la larga, las cosas pequeñas son las que hacen de la vida algo realmente grande. Por eso me gusta lo insignificante, lo vulnerable, siempre en defensa del desvalido y del débil.

Y los monólogos, ¿son teatro?

¿Qué es teatro, lo que se representa en un teatro? En ese caso, sí. ¿Algo que requiere varios intérpretes, una escenografía y representar una historia? Entonces, no. Depende de a qué llamemos teatro. Yo creo que es teatro. Que venga alguien y diga que ‘Cinco horas con Mario’, ‘El contrabajo’, de Patrick Süskind, o lo que hace El Brujo no es teatro.

Mientras haya vida, habrá humoristas.

Es más acertado decir que mientras haya humoristas habrá vida. Eso no quiere decir que, cuando no los haya, no habrá vida. El humor es algo exclusivo de la raza humana. No hay peces ni monos humoristas, aunque parezca que los delfines se ríen. Si se cae un mono y otro mono parece que se ríe, eso no es humor, porque el humor implica una intención y un pensamiento. Alguien tiene que querer hacer humor. Incluso si, en una boda, el novio se resbala y se ríe la cuñada, eso no es humor.

Y luego hay humor bueno y malo.

El bueno intenta reconciliar al ser humano con la vida. La vida es un lugar duro, complicado. Abres un periódico y la mayoría son noticias malas, una hostia gratis que te viene a la cara sin que te la esperes. Sin embargo, en la vida, a veces, hay buenas noticias, pocas: el humor, el amor y dos o tres más. Y son buenas noticias imperfectas, que son las mejores: el humor no soluciona ningún problema, no arregla la vida, no cura las enfermedades, no reparte más equitativamente los recursos del planeta tierra, no soluciona el desamor ni recupera al amigo perdido, pero lo hace llevadero. El humor hace la vida soportable. Por eso es una buena noticia. Mientras haya vida inteligente, el humor siempre estará aleteando por ahí, haciendo la vida soportable.

¿Cuándo supo que quería ser mago?

De pequeñito, a los ocho o nueve años, veía a los magos en la tele: Juan Tamariz, Pepe Carrol o René Lavand. Me parecía fascinante lo que hacían, que el mundo era un mundo mejor. Al poco tiempo, viendo una película con un tío mío que me llevaba al cine constantemente, creo que era ‘Simbaud, el marino’, al terminar la película, veo que él se queda a ver los créditos. Yo, con mis ocho años, descubro que después de las películas aparecían letras. Y le pregunto para qué lees estas letras.

¿Y cuá fue su respuesta?

Me dijo que son las personas que han hecho la película. Y eso, a mí, me abrió la cabeza. Yo creía que las películas eran como los árboles o las montañas, que estaban ahí, que las veíamos como quien ve un atardecer. No me imaginaba que las películas eran hechas por personas. Y me di cuenta de que uno podía hacer, si se lo propone, lo que quisiera. Y pensé que yo también podía ser de los que hacen magia.

Y se puso manos a la obra.

Me puse a leer y estudiar libros de trucos de magia. Coincidió que en mi colegio había otro par de compañeros que les gustaba la magia. Compartíamos inquietudes. Nos reuníamos en el recreo a hablar de magia y enseñarnos los trucos que aprendíamos. Creo que fuimos los primeros frikis de la historia, antes incluso de que se inventara la palabra. Allí estábamos en un rincón del recreo con una baraja de cartas haciendo trucos.

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