Texto: José Luis Corretjé
Peinetas, bomboneras, relojes de pared, marcos, pendientes o colgantes. Incluso la pulsera de aquel escaparate que llamó la atención de su mujer. «No te preocupes; yo te la puedo hacer», resolvió, y a los pocos días ya colgaba de su muñeca. Antonio Herrero es un vecino de Rivas, de 71 años, nacido en un pueblo de Salamanca, que ejerce como profesor voluntario de marquetería en el centro municipal de mayores El Parque.
Sus 34 años de trabajo como tornero en una empresa extranjera con sede en Madrid le han conferido la maestría manual de un oficio que, en el futuro, puede pasar a la historia con el auge de las impresoras en tres dimensiones. «Eso es todo por internet, y yo no tengo», puntualiza sobre la estampación tridimensional. «Todo evoluciona mucho, pero a mí me encanta dibujar cualquier cosa que me viene a la cabeza y luego hacerla», defiende.
Antonio fue empleado de la Sociedad Española de Metales Preciosos. Allí confeccionaba con el torno piezas de recambio de las máquinas que moldeaban el oro, la plata y el platino. «Tenía que saber mucho de planos, para interpretarlos y crear las piezas», reconoce, y detalla el mecanismo: «Pegas el material al diseño que quieres, haces unos taladros y los huecos los cortas con la segueta, que es como un pelo fino que corta».
Este arte manual que Antonio aún practica en sus clases en El Parque lo aprendió en su juventud. «Estudie dos años de maestría industrial en Salamanca. Luego fuimos a vivir a Madrid y, como había que ayudar en casa, empecé a trabajar en un taller», detalla.
Tras componer piezas para una fábrica de ascensores, recaló en la fábrica de metales, donde también manufacturaban las colecciones de plata y oro de la Casa de la Moneda [Fábrica nacional de Moneda y Timbre]. «Hacíamos la chapa, ya que la impresión solo la pueden hacer ellos», anota.
En la Sociedad de Metales, Antonio trabajó durante 34 años, hasta su jubilación. Asegura que disponía de estabilidad y buen sueldo, con horas extras remuneradas a unas 5.000 pesetas. «Era una empresa francesa que luego compraron los alemanes», puntualiza.
De su antigua vivienda en Vallecas saltó al municipio ripense, donde ya vivían tres de sus cuatro hijos. Entre él y su mujer, Conchita, acumulan una desbordante agenda social que llena sus días jubilados. Además del taller de marquetería de Antonio, Conchita practica gimnasia, bailes en línea o sevillanas. Los sábados mueven el cuerpo en los bailes de los centros municipales de mayores y, con sus amigos, organizan cenas, cines o viajes.
En Rivas practican la mayoría de sus actividades, «aquí tenemos cines, teatros, centros comerciales y nuestra vida hecha», sostiene. «Hace mucho que no piso la Puerta de Sol», sonríe.
