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Fernando Olmeda: «Ahora toca memoria y dignidad»

El presentador de informativos de fin de semana de Tele 5 reconstruye en 'El látigo y la pluma' los miedos y humillaciones padecidos por el colectivo homoxeual.

Fernando Olmeda:
El periodista Fernando Olmeda.

«Este país tiene una asignatura pendiente con el respeto mutuo»

Entrevista: Nacho Abad Andújar

Mucho se ha escrito sobre la persecución política en el franquismo. Pero poco se ha contado sobre el daño irreparable que la feroz represión de la dictadura provocó en los perseguidos por su condición sexual, los homosexuales y lesbianas. El periodista Fernando Olmeda (Madrid, 1962) ha rasgado el velo de la memoria para devolver a estas personas la dignidad perdida.

El editor y presentador de los informativos de fin de semana de Tele 5 reconstruye en su libro ‘El látigo y la pluma’ los miedos, temores y humillaciones padecidos por este colectivo. Más de un centenar de historias desfilan por este conmovedor viaje al centro del recuerdo. El autor, que ha vendido 10.000 ejemplares, presenta su obra en Rivas Vaciamadrid el próximo martes 12 de abril.

Han tenido que pasar más de 20 años para que este país se atreva a mirarse al espejo y reconocerse en su pasado más repugnante. Es lo que se viene denominando recuperación de la memoria histórica. El esfuerzo que algunos historiadores, escritores y periodistas hacen al respecto es meritorio.

Y Fernando Olmeda ha contribuido a este proceso, que devuelve la voz a los silenciados y ninguneados, escribiendo El látigo y la pluma. «Una España castrante y castrada». Así retrata el periodista los 40 años de represión e infamia que padecieron muchos españoles, entre ellos el colectivo de gays y lesbianas que sufrió la cárcel, la reprobación social y la delación. ¿Qué le han dicho los protagonistas del relato? Él lo resume así: «De alguna forma perciben que no están solos. Arrastran su pena, pero se sienten dignos y escuchados».

El autor tardó un año en escribir el texto, publicado en 2004. Ahora, tras probar con el ensayo periodístico, Olmeda indaga en otros «territorios» literarios. Prepara una novela, de la que no puede «dar pistas». «El proceso creativo es delicado», asegura por teléfono desde su casa en Madrid. Lo dice con voz tenue, como si la historia que se trae entre manos persiguiera aún al escritor, y no al revés.

Retrocedemos al pasado y hacemos una fotografía de la represión que ejercía el sistema sobre homosexuales y lesbianas. ¿Qué panorama encontramos?

El libro trasmite la idea de una España nacional católica controladora de la moral pública y privada donde lo de menos, una vez liquidados los opositores, era la afiliación política. Una España en la que se ejerce un control social a partir del acuerdo entre la jerarquía eclesiástica y la militar. Y ése es el binomio que sustenta los 40 años de dictadura. Nos encontramos con un país con miedo, y quienes más miedo tienen son los más desprotegidos y débiles, contra quienes se ejerce la represión con mayor crueldad. Es el paisaje propio de una dictadura. No sólo se roba la libertad de las personas, sino que se les somete a un control que llega incluso hasta los aspectos más íntimos.

‘El látigo y la pluma’ se enmarca en una época en la que se reivindica la memoria histórica. Mucho se ha hablado de la represión política, pero poco de la opresión a este colectivo.

Se ha pospuesto, de alguna manera, la reivindicación de la dignidad de las personas por su orientación sexual. En la transición y en los inicios de la democracia, se antepusieron otros objetivos, acaso más urgentes, más necesarios, porque afectaban a la mayoría de las personas, como la restitución de un sistema de libertades. La transición contribuyó a silenciar, por acción o por omisión consciente, estas reivindicaciones sociales que, con el paso del tiempo, se han hecho efectivas. Ahora, 28 años después de la muerte de Franco, ha llegado la hora de reivindicar la memoria y la dignidad. Ha sido simplemente una cuestión de proceso histórico.

Y nos encontramos con historias terribles, como la de Juan Soto, víctima por su triple condición: familia comunista, homosexual y delincuente por necesidad.

He encontrado dos sentimientos [en las personas entrevistadas]. Por un lado, el dolor y el miedo aún interiorizado. El dolor por la vida robada. Ellos son conscientes de que les cambió la vida, que ese miedo y represión les hizo vivir una vida no deseada. Se sienten dolidos, agraviados. Y a la vez, también hay una sensación positiva. Ellos quieren contar la historia. Quieren que no se les olvide. Que se les restituya la dignidad. Son conscientes de que, cuando ellos desaparezcan, todo desaparecerá si no dejan testimonio de sus vivencias, y no se podrá desenmascarar qué fue de aquel período de absoluta infamia en este país. Y ven con cierta envidia a los jóvenes de hoy. Los observan y están orgullosos de ver a dos chicos o dos chicas besándose. Ése es el espíritu de Juan Soto, que quizá es el más destacado.

Y qué hay de las mujeres lesbianas, siempre más invisibles socialmente.

El libro incluye un capítulo muy interesante, aunque no muy extenso al respecto. Las mujeres lesbianas supieron descubrir intuitivamente la sexualidad de forma espontánea y limpia, sin ninguna educación sobre la sexualidad que no fuera puramente reproductiva, sin modelos sociales ni lugares donde refugiarse, nada más que en las catacumbas de su individualidad.

Personajes como Ussía o Campmany siguen lanzando improperios contra este colectivo. Otros periodistas, como Luis del Olmo, aseguran defender el matrimonio entre gays, pero que, por favor, no se besen en su presencia.

Una de las grandes reivindicaciones gays es la desaparición progresiva de la terminología injuriosa hacia los homosexuales. Desde luego, en este país hay una asignatura pendiente con el respeto mutuo. Hay una buena parte de la sociedad que sigue siendo igual de intolerante que hace años. Muy conocidos articulistas de medios de difusión nacional siguen insistiendo en esa terminología y actitud despectiva. Aquí se fomentó el odio al diferente. Y en el buen ánimo de los que somos demócratas y tolerantes, está la pretensión de trasmitir a esta gente la idea de que los tiempos han cambiado.

En algunas regiones y ciudades vivimos gobernados por una clase política que va muy por detrás de su sociedad: cuando habla de matrimonios gays, se le llena la boca de manzanas y peras.

La doble moral es una de las señas de identidad de la dictadura, igual que la doble vida de los prebostes del régimen. Esa doble moral se mantiene hoy en día en numerosos y significados miembros de la clase política vinculados a la derecha. Nos hacen creer que son muy modernos, aparentemente progresistas. Y utilizan una terminología que han robado de los partidos que realmente están alineados en el progresismo y en el centro izquierda. Están intentando, como trileros, seducir al electorado con coqueteos y terminología que luego no cumplen. Y en determinadas entrevistas se revela, y desvela, su auténtica condición, heredera de la doble moral del régimen.

¿Ha sido positivo el outing [salir del armario]?

En términos generales, considero que el outing ha sido bueno, pero no imprescindible. Me parece bien que artistas, escritores y políticos hayan decidido libremente expresar su orientación sexual, y además utilizarlo como bandera para sus reivindicaciones: ‘No sólo soy gay, sino que lucho por los derechos de los gays’. Pero sólo si se ejerce en absoluta libertad. No creo que haya que traicionar a nadie desvelando su orientación sexual sin su consentimiento. Esa es una cuestión que maneja cada persona individualmente, pero que también emplean los movimientos de gays y lesbianas, porque hay que administrar las presencias. Del mismo modo que Jesús Vázquez o Boris Izaguirre han sido muy útiles con sus actitudes valientes, si no se administran esas presencias correctamente, pueden volverse en contra del movimiento.

Barrios como Chueca son un espacio de libertad. Pero Chueca es sólo eso, un barrio, una isla, y España, todo un país donde sigue habiendo represión o burla social hacia este colectivo.

Esa es otra de las cuestiones que deben manejar los movimientos: administrar el sentido de Chueca. ¿Sería bueno crear muchos Chuecas en muchas poblaciones? ¿O sería bueno normalizar todo? ¿Es bueno excederse en la promoción de Chueca como concepto? Al final todo tiene que ver con el respeto, la convivencia, la solidaridad y los valores que pueblan cada uno de los edificios de cada barrio de cada municipio de cada región.

¿Por qué a alguien cuando escribe un libro como éste se le pregunta si es gay y, sin embargo, a quien hace un reportaje sobre el racismo no se le inquiere al respecto?

Por el doble prejuicio de la sociedad mayoritaria que necesita saber en esta España tan cotilla. Y también por lo mismo referido al entorno o minimundo de la sociedad gay. Las revistas del corazón y los programas de televisión inducen e invitan al telespectador a que piense si un personaje es gay o no, porque necesitamos saber. Y es una pena. Cuando se escribe un libro del Atlético de Madrid no hay que ser del Atleti para escribirlo. En esta España tienen que pasar todavía muchas generaciones para que seamos modernos. Todavía estamos con la herencia de la transición y la dictadura. Independientemente de que yo sea gay o no, parece que la valoración del libro es muy buena. Y eso a uno le enorgullece.

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