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Eduardo Haro Tecglen, el escritor de periódicos

A sus 80 años, es una de las voces más lúcidas del periosimo español. En noviembre pasó por Rivas para dar una charla sobre los medios de comunicación en la Transición.

Eduardo Haro Tecglen, el escritor de periódicos

Texto: Nacho Abad Andújar

Viejo republicano, comunista confeso y, como a él gusta retratarse, escritor de periódicos. Es Eduardo Haro Técglen, 80 años, una de las voces más lúcidas y disidentes del panorama literario español. Sus columnas diarias en las últimas páginas de El País y sus comentarios radiofónicos en la SER son un soplo de aire fresco, aguijones que se clavan en la espalda pulida del mundo bienpensante.

Exiliado en Tánger durante el franquismo, autor de libros como Hijo del siglo o El niño republicano, se acercó a Rivas Vaciamadrid el pasado 17 de noviembre para hablar en el CERPA sobre los medios de comunicación durante la Transición. Ese tiempo convulso que trazó el principio, para bien o para mal, de lo que hoy somos políticamente.

No eran tiempos fáciles aquellos. No. Un dictador agonizaba en El Pardo y la sociedad española se movía entre el temor y la esperanza. Cuando se le sugiere apretar el disparador y fotografiar el pasado, Haro Tecglen tiene claro cómo queda retratado el periodismo que se hacía entonces: «Era un periodismo inquieto, el parlamento de papel. Cuando Franco estaba todavía vivo, los periódicos hacían ese papel de parlamento. Cuando se produjo el momento final de la transición, los periódicos y radios ocuparon los lugares que a cada uno le correspondía. Empezó a silbar la libertad de prensa: todos estaban esperanzados porque la democracia iba a salir hacia delante. Unos fueron hacia una leve izquierda, otros hacia su derecha. Y la realidad es que salió a favor de la derecha».

Sostiene este vecino de Pozuelo de Alarcón ¿»un municipio donde los nombres de las calles son un mausoleo en honor a los franquistas»- que aquél era un periodismo menos domesticado que el actual. Y menciona publicaciones como Triunfo o El Ciervo. Pero llegó la muerte del general, y «las tensiones se resolvieron con la Constitución, que hoy está entronizada, pero no parece que sea tan digna de veneración».

Aquella fue una época marcada por los sueños que traían los vientos de libertad y democracia. Han pasado casi 30 años y surge la pregunta, ¿estamos los españoles donde queríamos estar? «Creo que no. Muchos sí. Es evidente que como ciudadanos estamos mejor que en la dictadura. Pero hemos visto que la democracia se ha deslizado hacia una especie de regreso a otro tipo de dictadura que yo llamo dictadura de las urnas, donde todo está controlado para que salga como debe salir».

Cuentan los historiadores que sobre la Transición existe mucha bibliografía. En cambio, el período negro que va desde 1939 hasta 1975 presenta claroscuros. El ex político y sindicalista Nicolás Sartorius suele decir que España, y especialmente su juventud, corre el riesgo de visualizar a Franco como «un abuelito que trajo algo de progreso al país». Y Haro Tecglen coincide, aunque cree que cierta juventud ¿»con la que yo me relaciono»- es consciente del daño que hizo el dictador y del valor que tiene vivir en democracia.

«Me da la sensación que sí se ha percibido que lo que representaba Aznar en España era un regreso suave y lento hacia los puntos típicos del franquismo: la religión como base nacional, lo que se llamó el nacionalcatolicismo. Un proyecto de mantener los mismos principios ideológicos, pero sin necesidad de alterar el orden público, porque el peligro del comunismo ya había desaparecido en Europa».

Este veterano intelectual sabe lo que es pasar hambre. Y conoce el temor de escuchar el silbido de los bombardeos sobre Madrid. Se exilió en la ciudad portuaria de Tánger, embarcadero literario donde coincidió con escritores beats como William Burroughs o Paul Bowles. Los ojos y oídos de este hombre son, pues, testigos de buena parte de nuestra historia contemporánea.

Dicen que para comprender los acontecimientos es más importante saber por qué ha pasado algo que saber qué ha pasado. Quizá el periodismo actual pierde la perspectiva y renuncie deliberadamente a darle ese valor explicativo a las causas y orígenes de los conflictos.

«Me temo que el periodismo en España no tiene demasiada capacidad para distinguir la mentira de lo real. Cuando las noticias llegan a los periódicos no se sabe si aquello es verdad o no. Todavía no sabemos qué pasó realmente en Yugoslavia. Yo todavía no sé qué pasó en Nueva York. No sé si fue Bin Laden, ese personaje que parece un extra de Hollywood contratado para la ocasión, o si son otro tipo de cosas las que han producido la catástrofe. La información está en manos del poder».

Y prosigue: «Es el poder el que infiltra noticias en sus periódicos favoritos. Y ves un periódico [El Mundo] que hace una larga campaña para hablar de relaciones de ETA y el terrorismo islámico, con unos datos que no tienen el menor valor, pero quizá el periodista se los cree, como se los pueden creer sus lectores. Y se ha demostrado que la mentira cunde, y la dicen los jefes de estado y los ministros. La dice Bush, el más jefe de estado de todos, y luego le votan. Por qué la prensa no ha de decir sus mentiras, si las dicen los políticos».

Este escritor mantiene un discurso crítico respecto al papel de los intelectuales en nuestro país. Asegura que se han hecho posibilistas. Habla de traición: «Hay dos izquierdas básicas. La que es de izquierdas porque su clase social está maltratada. Y la que es intelectual, que sin atender más a su interés que al interés general, mantiene unos puntos de vista que siempre han sido más libres y abiertos. Y en España ha terminado por ocurrir que la mayor parte de los intelectuales han aceptado que viven mejor, les pagan mejor las conferencias, les dan premios más altos y les venden más sus libros, si son vagamente de derechas. Y esto es un problema».

Si se le pide un recuerdo histórico, su respuesta no varía con el paso del tiempo: el 14 de abril de 1931. Aquellas gentes en las calles, aquellas banderas, aquella esperanza… aquella República.

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