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Palestinos de Rivas que no conocen su tierra

Talal Awad y Fathi Kamel son vecinos ripenses desde 1993. Matrimonio palestino nacido en Líbano, nunca ha podido entrar en su patria. La ocupación israelí lo impide.

Palestinos de Rivas que no conocen su tierra

Texto: Nacho Abad Andújar (publicado en el ‘Rivas al Día’ de febrero de 2009).

Son palestinos. Pero jamás han pisado ni visto Palestina. Y dudan que llegue el día. Nacieron en un campo de refugiados del sur libanés, Burj AlShamali, creado en 1949 para albergar a las miles de familias expulsadas de su territorio tras la ocupación israelí de 1948 (la Nakba, el éxodo, el gran desastre).

Él, Talal Awad, es licenciado en Farmacia por la Universidad de Granada, tiene 50 años y trabaja en una embajada. Ella, Fathi Kamel, de 45, se convirtió en un referente para la población magrebí y árabe ripense al actuar como mediadora vecinal ante las instituciones locales. Después de vivir hasta 2003 en un piso de Covibar, ahora residen en Rivas Centro.

La historia de este matrimonio afincado en Rivas desde 1993 y con una hija de 14 años es, como la de los millones de compatriotas no residentes en Gaza y Cisjordania, la crónica de un exilio forzoso e injusto (si existen los exilios justos). Porque el pueblo palestino, tras ser arrancado de su territorio, se desperdigó por los países vecinos: Líbano, Siria, Jordania y Egipto.

Sus familias son oriundas de Galilea (actualmente zona norte de Israel), a tan sólo 20 kilómetros de la frontera libanesa. Y tampoco en su destierro conocieron la paz, truncada por la guerra civil libanesa (1975-1990).

La entrevista se realiza el decimonoveno día de los bombardeos israelíes sobre Gaza: 900 muertos y más de 5.000 heridos, entonces. La indignación y la impotencia galopan por suss venas. Él habla pausado. Sus maneras son muy educadas. Su verbo se hace ameno y explicativo. Apenas alza la voz. Ella es más fogosa. Su discurso es impetuoso: para qué contener el dolor y la rabia.

La charla trascurre en un bar del barrio. Su propietario es el hermano de Fathi, un médico que ejerce en Parla. El local es otro cruce de caminos. El camarero, apenas 15 días trabajando en el establecimiento, se llama Younes Hasni, otro ciudadano sin estado. «Soy saharaui, llegué a las playas de Algeciras en patera», dice. Un tipo dicharachero que vive en Móstoles y estudió en Rabat.

Aunque Talal ya conocía España tras su paso unversitario, el matrimonio llegó a nuestro país hace 16 años. La situación en Líbano para los palestinos refugiados siempre ha sido complicada, con escasas perspectivas laborales: en el caso de empleos especializados, como el de Talal, las autoridades del país favorecen a la población autóctona.

¿Por qué España? Porque el hermano de ella, el dueño del bar, ya vivía aquí. Vinieron sin apenas recursos. «Sin casa, sin trabajo, sin medios económicos. Sólo con el billete», recuerda mientras bebe un zumo de piña. «El principio fue muy difícil. Mi marido iba a las farmacias a buscar trabajo. Pero le decían que no había nada. Eso sí, a la semana, había algún empleado nuevo en la farmacia de turno».

10.000 PESETAS

«La gente con poder, entonces [principios de los años 90, cuando la explosión migrante aún no había eclosionado] te miraba con miedo», asegura ella. «Las primeras 10.000 pesetas que gané fue dando clases de español en una mezquita. Cuando llegué a casa», habla él, «Fathi lloraba. ‘¿Qué pasa?’, le pregunté. Los fogones de la cocina se habían estropeado. ‘No te preocupes, tenemos dinero’, le dije, con mis 10.000 pesetas en el bolsillo. Cuando el técnico terminó de reparar la cocina, le pregunté: ‘¿Cuánto es?’. ‘10.000 pesetas’, me respondió. Y le entregué mi primera paga sin rechistar».

Ya se ha dicho que Fathi fue mediadora vecinal. Su actuación como traductora entre familias magrebíes y personal profesional de centros educativos y sanitarios ha sido de enorme utilidad para unos y otros. También ha impartido clases de español a vecinas extranjeras. Durante dos años y medio se dedicó por completo a la tarea. Lo hizo sin cobrar un euro, y desde la asociación Alzumaya, de la que es socia fundadora.

La historia de esta pareja es la de una lucha eterna, como la de los pueblos sin tierra. Ella, al finalizar el bachillerato, volvió a emigrar con su familia: en este caso a Arabia Saudí. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, la situación en Líbano era complicada.

Lo cuenta Fathi: «Recuerdo que una mañana, mientras desayunaba en la escuela, entraron las falanges libanesas tiroteando todo el aula [cristianos maronitas en guerra abierta con las milicias palestinas cuya fundación se inspira en la falange española, ocuparon el poder tras la invasión israelí de 1982 y fueron responsables de las matanzas de Sabra y Chatila]». «¿Curioso, no?», advierte Talal, «falange libanesa y falange española». ¿Curioso? Y dramático.

Tanto Talal como Fathi, muy escépticos con el presidente Mahmoud Abbas [sobre Al Fatah caen gravísimas acusaciones de corrupción], defienden la legitimidad ejecutiva de Hamás, que ganó las elecciones de 2007 con el 62% de los votos, y una participación del 77%.

«Este mundo que presume de tanta democracia no respeta la voluntad electoral del pueblo palestino», comenta él. Ambos desconfían de la negociación con Israel, aunque no ven otro camino: «No conducirá a nada bueno para los palestinos porque siempre hemos perdido y seguiremos perdiendo tal como están las cosas».

OCUPACIÓN

Son conscientes de que el futuro pasa por la convivencia de un estado hebreo y otro palestino: «Pero según los acuerdos de la ONU de 1967 y con la capital palestina en Jerusalén Este», señalan. Y añaden: «¿Creen que realmente pueden acabar con el pueblo palestino? ¿Es ilegítimo que nos defendamos de la ocupación? Es cierto que los judíos fueron perseguidos durante mucho tiempo, pero nunca en el mundo árabe. Y ahora pagamos los platos rotos de lo que han hecho a lo largo de la historia los países occidentales».

Son Fathi y Talal. Habitantes de Rivas, palestinos nacidos en Líbano. ¿Su sueño? Pisar la tierra que nunca hollaron. La suya. La de 4,5 millones de desterrados.

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