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Rivas, una ciudad ya de 85.000 habitantes

La expasión demográfica se inicia en los años 80, con la llegada de las nuevas urbanizaciones. Antes, el núcleo principal se ubicaba en el Casco Antiguo.

Rivas, una ciudad ya de 85.000 habitantes

Reportaje: Patricia Campelo 

A fecha del pasado 23 de mayo, Rivas contaba con 84.306 personas empadronadas en su término municipal. El número de ripenses ha crecido de forma exponencial desde 1981. Entonces, integraban el municipio 652 habitantes.

Una década después, en 1991, la cifra saltaba a los 14.863. Y en 2001, el censo se había casi multiplicado por 50, con 32.228 ripenses. Al igual que otras grandes urbes del área metropolitana de Madrid, la tendencia poblacional sigue una línea ascendente, pero en el caso de Rivas este desarrollo es más notable, y la ciudad encabeza el ranking de municipios que más ciudadanía ha ganado desde 2012, momento en que España empieza a perder población, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Entre ese año y 2015, la localidad sumó 6.029 nuevos vecinos, ajena así a la sangría demográfica que azota al resto del país. Con una media de edad de 34 años, la singularidad ripense descansa, entre otras razones, en el hecho característico de la horizontalidad: barrios residenciales con casas bajas o urbanizaciones con zonas ajardinadas y múltiples espacios verdes que atraen a las familias jóvenes.

Así le sucedió a Annalisa Gargiulo, de 35 años, y natural de Nápoles (Italia). En 2007 dejó su país para residir en Madrid, y encontró trabajo en Arganda. Al año siguiente, los dueños de una pizzería local dejaban el negocio para emigrar a Estados Unidos, y ella decidió embarcarse en la empresa gastronómica. Junto a su pareja, Juan José Sánchez, ripense de 28 años, se reparten el tiempo entre el trabajo y la familia. Annalisa llegó a España con dos hijos, Christian y Chiara, de 14 y 10 años, y con Juan José tuvo a la pequeña Atenea, de 3 años. La decisión de trasladarse a vivir al municipio no le costó demasiado.

«Nos encantó desde el primer día. Nos pareció una ciudad muy tranquila, con mucho verde y bastante paisaje. Parecía de cuento de hadas. No había muchos de los edificios que hay ahora, y se veía todo muy despejado», asegura en un perfecto castellano aprendido con la ayuda de sus vecinos y vecinas. «Cuando llegué no sabía hablar, y la gente me ayudó a aprender el idioma, siempre hablando, no he ido a ninguna clase», confiesa.

Vecina de la zona de Rivas Urbanizaciones, y con la pizzería en la avenida de Pablo Iglesias 81, Annalisa echa en falta que el crecimiento poblacional no vaya en paralelo al incremento de determinados servicios. «Faltan muchas cosas como una [delegación de] Hacienda, Seguridad Social o un hospital», apunta.

«También, Rivas es una ciudad muy joven, con muchos niños y pocos colegios. Muchos llegan a quedarse sin plaza», lamenta sobre una de las cuestiones que el Ayuntamiento reclama a la Comunidad de Madrid, administración competente, desde hace años.

NACIONALIDAD, EDAD Y ESTUDIOS

Annalisa es una de las 283 personas originales de Italia, según datos del censo a fecha del pasado 23 de mayo. El padrón municipal da cuenta de las distintas nacionales que conforman la población ripense. La más numerosa, después de la española, es la rumana, con 4.189 vecinos y vecinas que proceden de ese país europeo.

La siguiente nacionalidad de origen según los datos del padrón es la marroquí, con 874 personas. Le siguen la búlgara (433 personas), la china (294) y la colombiana (263). Alrededor de 103 nacionalidades enriquecen los datos censales de la localidad. Venezuela, Cuba, Brasil, Ucrania, Polonia, Portugal, Perú, Francia, Ecuador y Argentina son otras de las procedencias que se acercan o sobrepasan el centenar de personas.

En lo que respecta al nivel de estudios, la cifra mayoritaria se sitúa entre quienes han superado el bachillerato: 31.559 personas que cuentan con títulos desde bachiller hasta el doctorado. El número de gente con la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) superada es de 17.015.

A la hora de realizar el empadronamiento, uno de los datos que desde la Oficina de Atención a la Ciudadanía se solicita al nuevo vecino o vecina es el del nivel de estudios. En cuanto a segregación por sexos: en Rivas hay 42.257 mujeres y 42.049 hombres. Por edades, del total del censo, 5.592 cumplen menos de 5 años. Y el mayor rango poblacional se sitúa en quienes tienen entre 40 y 44 años: 8.257 ripenses. En el lado opuesto, hay diez personas de 99 años o más en el municipio.

«Hacia finales de año, el censo podría alcanzar la cifra de 85.000 habitantes», estima Luis Altares, jefe del Servicio de Atención a la Ciudadanía.

POBLACIÓN SIN PUEBLO

Rivas Vaciamadrid, con esta denominación, nació en 1845, tras la unión de los pueblos Ribas del Jarama [en su antigua denominación se escribe con ‘b’] y Vaciamadrid, este último, con un mayor número de población. Conformado por grandes superficies de terreno, cuando llegó el regadío aumentó el número de gente que acudía a vivir a las fincas, necesitadas de mano de obra.

Los propietarios de estas extensiones construyeron viviendas dentro de sus territorios, y la vida allí adquiría autonomía, con venta ambulante e incluso una escuela, en las tierras de El Porcal, abierta en 1935, durante la República. La propia sede del Ayuntamiento vagó algunos años de finca en finca: Cristo de Rivas, El Piul o El Porcal. «Desde entonces este pueblo ha sido muy atípico y peculiar», resume Agustín Sánchez Millán, autor de ‘Rivas Vaciamadrid, mi pueblo’ (2002), un libro que recoge los pormenores de la historia del municipio. Nació en 1925 en El Porcal.

Su amigo Faustino Díaz Esteban llegó al mundo en ese mismo terreno algunos años después, en 1930. Hoy, son de las personas más veteranas de Rivas y que más historia acumulan en sus memorias. Cualquier mañana se los puede observar paseando por las calles del Casco Antiguo, elegantes, con boina o chaleco.

Pasaron su infancia en la finca, hasta que la batalla del Jarama, en febrero de 1937, llamó a sus puertas y tuvieron que huir. «Cuando vimos lo que pasaba, cerramos las casas y salimos con lo puesto y poco más», asegura Agustín. El Porcal se encontraba en plena línea de fuego. «Llovía, y nos pusimos hechos una sopa, ¿te acuerdas?», añade Faustino.

Ambos pasaron la Guerra Civil en casas de familiares, alejados de Rivas. Después, regresaron a una tierra minada y agujereada de trincheras y fortines. «Un primo mío murió ahí mientras quitaban las minas. Pasó toda la guerra y, cuando fue a ayudar para limpiar la zona, le explotó una y le mató», lamenta Faustino.

Después de la contienda bélica comenzó a resolverse el asunto de la disgregación en fincas de la población de Rivas Vaciamadrid, aún sin un pueblo al uso. Por entonces, el censo de 1940 contabilizaba 889 personas, una cifra que aumentó hasta 1.207, según las series históricas del INE relativas al año 1960.

Uno de los terratenientes, Wenceslao García, cedió tierras para la construcción del Ayuntamiento, la iglesia, un grupo escolar, la casa del médico, una central de telefonía y las primeras viviendas, entre otras instalaciones. Todo, en la zona en la que hoy se levanta el Casco Antiguo, y durante un proceso lento y lleno de vicisitudes. «Hubo una riada en Valencia, y Regiones Devastadas [el organismo encargado de la reconstrucción de localidades] se llevó allí todo el dinero», anota Agustín.

Con todo, el nuevo pueblo fue inaugurado el 23 de julio de 1959. Algunas de las familias que habitaban las fincas se trasladaron a las primeras viviendas. «Había muy buen ambiente, nos conocíamos todos, y la inauguración se recibió con alegría porque los que éramos de aquí sabíamos que ya tendríamos un pueblo», aporta Faustino.

BATALLA DE LAS URBANIZACIONES

Entre la inauguración de Rivas en 1959 y hasta 1981, los datos demográficos arrojan cifras en descenso. La población agrícola de las fincas había sido muy numerosa, pero el despegue industrial de los años 60 provocó un éxodo del campo a la ciudad. Así, muchos ripenses se trasladaron a zonas industriales como La Poveda, con su fábrica de azúcar.

El número de habitantes, que desde 1920 había crecido de manera paulatina (en ese año había 785 vecinos; 889 en 1940 y así hasta llegar a los 1.207 de 1960) empezó a descender. En 1970, el padrón contaba con 1.007 vecinos. Y en 1981, con 652.

«La gente se marchó a localidades con tejido industrial y dejó las fincas. En Rivas no había polígono, ni más viviendas que las del Casco. Por eso, no es hasta los años 80, con la construcción de las urbanizaciones, cuando empieza el crecimiento demográfico», aclara Altares.

Durante esa década se consolidaron las promociones de cooperativas de viviendas impulsadas por sindicatos en el oeste del municipio. María Sánchez es una de las primeras vecinas de la zona de Pablo Iglesias. Llegó en septiembre de 1981, y un año después se hizo cargo de la única guardería, que mantuvo durante 19 años. Las casas ya estaban construidas, pero faltaba dotar a este área de numerosos servicios públicos.

«Sólo había un colegio, La Escuela, pero no cabían todos los chiquillos, así que se hicieron unos barracones, donde estudiaron durante un curso. Al año siguiente ya abrió el colegio El Olivar», recuerda María sobre una lucha que les llevó a cortar en varias ocasiones la carretera de Valencia.

Otra de las reivindicaciones era la reparación de los techos de la cooperativa de Covibar. «Cuando había aire se levantaban», señala. Y las presiones dieron resultado. Los tejados se arreglaron y abrió el segundo colegio. «Lo conseguíamos todo», remacha María. Mientras, las rutinas se adaptaban a los recursos existentes, y el ingenio se agudizaba. «El primer año sólo estaba la casa del guarda, donde un señor vendía pan. Y a los vecinos que iban a Madrid les hacíamos encargos. Luego abrió en Covibar un pequeño centro comercial, y después Copima», señala.

Los traslados desde Conde de Casal también eran una tarea titánica. «Los coches que venían se ponían carteles con el nombre de ‘Rivas Vaciamadrid’ para recoger a la gente que estuviera esperando». «Después hubo una reunión con la empresa de autobuses y acordamos pagar la parte que la empresa dejara de ganar por traernos. Pero eso duró poco tiempo porque enseguida se pobló todo y ya había suficiente gente como para que funcionara», relata María, que trabaja como funcionaria de la Comunidad de Madrid.

Este ambiente de ciudad por hacer unió a la ciudadanía y la curtió en la participación pública y en el asociacionismo. En el caso de María, hoy colabora de forma ocasional con la Red de Recuperación de Alimentos de Rivas, y algunos veranos se marcha de voluntaria a África. «El año pasado estuve en un proyecto de discapacidad en Santo Tomé», ilustra. «Ante la escasez, éramos una familia. Había mucha ayuda mutua. Y aún se nota en Pablo Iglesias. Como un pueblo, estamos hechos una piña», concluye.

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