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Domingo Simón, el veterano de El Parque

Este vecino de 88 años fue un activo miembro del Consejo Rector y ha visto la evolución de los centros de mayores del municipio.

Domingo Simón, el veterano de El Parque

Texto y fotografía: Patricia Campelo

Ataviado con un distinguido traje color gris perla, camisa blanca, corbata y alfiler dorado, Domingo Simón (Torrenueva, Ciudad Real, 1927) no pasa inadvertido cuando cruza el vestíbulo del centro de mayores El Parque. Sus compañeros de juegos de cartas y dominós no se resisten a preguntarle «dónde va» de esa guisa. «Me han dicho que me vista elegante», les espeta. Y él cumple diligente el requerimiento.

Domingo es uno de los vecinos veteranos de Rivas, y usuario de la instalación municipal El Parque desde que ésta empezó a dar servicio en unos barracones. Testigo de la evolución de este centro para personas mayores, fue durante muchos años miembro del Consejo Rector, el órgano de participación ciudadana para este colectivo de edad, y colaboraba de forma activa con la anterior dirección del centro.

«He ayudado aquí mucho. Con todo lo que me pedían», afirma. Cuando compró el piso de Covibar, donde aún reside, la ciudad apenas comenzaba a despertar a la explosión demográfica que vino después.

Recuerda los solares vacíos del oeste, previos a instalaciones como la del centro municipal El Parque, donde él ahora come entre semana. El día de esta entrevista le esperaba un menú de macarrones y merluza, según indicaba una pizarra al lado de la cafetería. «Yo como de todo», resuelve con firmeza.

A sus 88 años vive solo en su piso, «porque yo quiero», apostilla. Su mujer falleció hace casi una década, recuerdo del que aún habla con los ojos vidriosos. «Cuando ella estaba, participábamos en todos los viajes», suspira. Tiene dos hijos, una hija y cuatro nietos.

Antes de Rivas, había fijado su residencia en Vallecas, donde se instaló cuando dejó Ciudad Real para buscarse la vida en Madrid. En la capital trabajó en una fábrica de colchones y después en la cervecera madrileña Mahou. En esta última, durante 30 años, hasta su jubilación, y en los dietarios que la empresa daba a los trabajadores, Domingo atesora los detalles de la evolución de esta factoría.

«Había cursillos fuera del horario pero yo los hacía, aunque no nos pagaban las horas, era por nuestra cuenta», relata sobre su progreso en la fábrica. «Empecé de peón, y era oficial de primera cuando me jubilé», detalla. Entre las paredes de la vetusta cervecera se empleó a fondo. «Allí hice muchas cosas, si venía un camión tarde, le preguntábamos cuánto nos daba por quedarnos a descargar cuando ya no quedaba nadie», recuerda. Hasta que llegó un ajuste horario promovido por convenio, Domingo trabajaba jornadas enteras, mañana y tarde.

«Ganaba 200.000 pesetas al mes cuando me jubilé», asegura. Ahora, pasa sus días tranquilos en la zona de la cuidad que ha observado crecer. «Toda la construcción que hay aquí la he visto yo», exclama. Y de su hogar no desea macharse, según defiende: «Mientras me encuentre así y me pueda mover por casa no quiero irme de allí».

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