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Sonseca: fotógrafo de cámara Leica y poeta

Manuel Sonseca captura imágenes con su antigua cámara de carrete y las envuelve en un halo nostálgico. Su obra, internacional, está en el Reina Sofía.

Sonseca: fotógrafo de cámara Leica y poeta

Texto: Patricia Campelo.

Una zancada hacia la niebla; una mujer espera sentada en una terraza; un hombre se marcha tras tomarse un café; la carretera con lluvia; los tejados de Lisboa o sombras de árboles contra la fachada de una casa bonaerense. No hay monotonía en la obra fotográfica de Manuel Sonseca (Madrid, 1952).

Este vecino del Casco Antiguo se desentiende de las normas y las limitaciones a la hora de inmortalizar escenas de la vida cotidiana con su antigua Leica de carrete. Su instinto artístico le sale a golpe de sensaciones que extrae de la literatura, de los viajes¿ de la vida. Y retrata aquello que le motiva.

Los días nublados, con lluvia, son su escenario fetiche, y desde ellos captura paisajes y personas envueltas en tonos grises, sobre todo, aunque en otras imágenes deja que se cuelen destellos de color. No hay directrices, sólo autobiografía y mucha libertad.

Ya de pequeño, a los 7 u 8 años, coqueteó con una vieja Kodak que había en la casa familiar. «Luego ya empecé con otra cámara, una a color, y lo primero que me compré fue una ampliadora, el aparato donde se mete el negativo para poder hacer copias. Así empecé a revelar lo que me parecía más mágico», relata. A sus 20 años no daba tregua a su entorno, y en los sitios por donde se movía, sus lentes se fijaban «en todo». En 1974 visitó con unos amigos la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, y su relación con la toma de imágenes se consolidó.

«Empecé a ir de forma asidua y a conocer gente con las mismas inquietudes y con quienes aprender distintos procesos fotográficos, papeles, métodos de revelado o películas», recuerda. De forma autodidacta, Manuel fue labrándose el currículo de 34 páginas que hoy resume su intensa trayectoria. Exposiciones en ciudades de diferentes países, seminarios, publicaciones, premios, actividades docentes, colecciones y catálogos certifican sus éxitos en este campo del que no se considera profesional. «A lo profesional, como tal, no me he dedicado, ha sido más en plan artístico», puntualiza interrogado sobre si la fotografía digital ha favorecido a esta profesión.

«Antes, cuando tomabas fotos de estudio tenías que hacer pruebas con una Polaroid para ver la acción, el momento, ya que hasta que no revelabas el rollo no sabías cómo quedaba. En ese sentido lo digital favorece. Pero es verdad que como ahora todo el mundo lleva cámara pues se dice, ‘venga yo lo hago’ y no se llama al fotógrafo», matiza.

Cuando Manuel comenzó, buena parte de las dificultades residían en el acceso a la formación. «La gente de mi generación somos autodidactas, no había escuelas de fotografía, ni libros, ni internet¿ Sólo alguna revista en España. Y quien viajaba traía publicaciones de América», recuerda. A la hora del revelado, tampoco lo tenían tan fácil: «No había sitios que te enseñaran. Te lo contaba algún amigo; y experimentabas mucho. Lo bueno es que, aunque tardas en aprender, luego nunca se te olvida», resume. Además de fotógrafo,

Manuel es docente, ensayista, promotor de actividades culturales y médico de profesión. Ha participado en muestras individuales y colectivas, y en cinco ediciones de la feria de ARCO. Su obra se encuentra en colecciones de la Biblioteca Nacional de París, del museo Reina Sofía, del Instituto Valenciano de Arte Moderno, de la Comunidad de Madrid o de la Casa Real, entre otras instituciones. Afirma el dicho popular que «uno no es profeta en su tierra», y Manuel asegura tener pendiente una exposición aquí, en su ciudad. Él reside en la zona del pueblo desde 1996. Ha visto crecer el municipio, y con su cámara ha testificado esta evolución.

«Tengo un trabajo que no se ha publicado como tal, pero sí alguna fotografía en alguno de los libros. La idea nació como ‘Campos de Rivas’, y tengo fotos de las afueras, donde antes no había nada. Ahora esas imágenes no se reconocen. También de la laguna de El Campillo o del ferrocarril. En algún momento sería oportuno hacer aquí una exposición», plantea. la evocación poética de las fotografías de Manuel Sonseca se ve potenciada por las tonalidades grises que tiñen buena parte de sus colecciones.

«Creo que el blanco y negro ahonda más en esa idea de tiempo pasado, de tiempo que se ha perdido», defiende. Así eran sus primeras estampas, en un tiempo en el que revelar en dos tonos era más sencillo. «Me gustaba mucho el laboratorio y el blanco y negro era algo que podía hacer yo. Para el color ya tenía que ir a un sitio profesional», resuelve. «Aunque, sobre todo, por este halo poético que implica el blanco y negro y la presencia del tiempo», argumenta.

Pero Manuel es ecléctico, y tampoco se le puede encuadrar en la fotografía nostálgica. De hecho, en alguna ocasión ha dejado a un lado su cámara de carrete para inmortalizar rascacielos de Benidorm con un teléfono móvil, iniciativa con la que montó una exposición. «Sigo con la película tradicional, pero creo que cualquier método es válido para expresarse», defiende. Sus imágenes vienen a constituir casi un viaje que va de su interior al entorno, y en ese sentido, según aprecia el fotógrafo, no habría tanta variedad: «Yo digo que hago siempre la misma fotografía», asegura, y las diferencias las marca el lugar y las sensaciones que le produce según su «estado de ánimo».

Sobre su obra, intensa y dispar como una vida, se ha escrito mucho. El veterano fotógrafo francés Bernard Plossu plasmó en 1993: «Fotografía poco pero lo justo y aun a riesgo de parecer pasado de moda, él es un poeta. Ha sabido comprender el papel terapéutico de la fotografía, que no consiste en ajustar la nitidez sino en sentir el paso del tiempo y llegar a percibirlo fotografiando. Es un poeta libre».

Precisamente, quien observe sus postales advertirá un rasgo habitual en este retratista: la nitidez de la imagen no es algo que le obsesione. «Al principio trabajaba con una cámara de mayor formato, con trípode y todo muy definido, pero llegó un momento en que aquello me condicionaba mucho, como unas normas demasiado estrictas», se sincera. «Empecé con una cámara de 35 milímetros y a trabajar de forma gestual. Cuando sentía algo disparaba y daba igual si salía movido o no. Incluso en algunas imágenes, de movimiento, también hago alguna en el sentido de una realidad diferente, no de la que vemos si no un poco más allá: la captura de un instante concreto», explica. «Intento plasmar sensaciones, algún momento concreto, y el resultado sale así», concluye.

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