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Almudena Grandes: «No leer sería dejar de vivir»

Entrevista con la escritora Almudena Grandes, cuya novela 'Atlas de geografía humana' se representó en el auditorio Pilar Bardem el viernes 31 de enero.

Almudena Grandes:

«Galdós es el escritor que más me ha influido»

Entrevista: Nacho Abad Andújar

– Publicado en ‘Rivas Cultural’ enero 2014

Se ha convertido en la novela más adaptada de Almudena Grandes (Madrid, 1960). Llevada al cine y a la televisión, ‘Atlas de geografía humana’ (1998) también se representa en teatro desde 2012. El Centro Dramático Nacional la eligió como texto inaugural de su ciclo ‘De la novela al teatro’.

«Sólo falta convertirla en musical u ópera», bromea la escritora. Al auditorio Pilar Bardem llega el viernes 31 de enero (20.00, 12 euros). La autora de ‘El corazón helado’ confirma que, «si nada se tuerce», vendrá a Rivas a verla. Hasta entonces, Grandes sigue corrigiendo las galeradas de ‘Las tres bodas de Manolita’, la tercera novela de su serie galdosiana ‘Episodios de una guerra interminable’: un lienzo literario de seis obras con las que rescata del olvido historias de la resistencia franquista [1939-1964].

Los dos primeros títulos han sido un éxito de ventas: ‘Inés y la alegría’ y ‘El lector de Julio Verne’. Y la tercera entrega que ahora supervisa ve la luz el 4 de marzo. Y ya tiene empezado el cuarto libro, ‘Los pacientes del doctor García’.

Ha manifestado sentirse satisfecha con la adaptación teatral de ‘Atlas de geografía humana’.

Estoy más que satisfecha. Esta adaptación teatral ha sido un milagro, un trabajo estupendo de Luis García-Araus. ‘Atlas’ es una novela que tiene casi 600 páginas. Parecía imposible pasarla a un formato de una hora y diez minutos, que es como se estrenó en la sala pequeña del Teatro María Guerrero [noviembre de 2012]. En Rivas se podrá ver la versión larga, que es mejor. En cualquier caso, la adaptación recoge la esencia de los personajes. Me quedé asombrada cuando vi la obra por primera vez porque, evidentemente, falta mucha información, pero las cuatro mujeres de la novela están ahí con su personalidad y conflictos. Se las reconoce estupendamente. He tenido muchísima suerte con el adaptador, el director y las actrices. No me quejo de nada.

«Me quedé asombrada cuando vi la obra por primera vez. Las cuatro mujeres de la novela están ahí con su personalidad y conflictos»

Y ha dicho que las cuatro protagonistas, tras el reestreno, se han hecho «mucho más amigas que antes».

‘Atlas’ ha sido una novela muy afortunada. Sólo queda convertirla en un musical o una ópera. No se puede hacer nada más con ella. Ha tenido la suerte, además, de que se estrenó en el Centro Dramático Nacional [2012] y se ha reestrenado en 2013, algo rarísimo. La segunda vez que la vi, las actrices evolucionaban como si bailaran, todo muy fluido. Daban la impresión de ser amigas de verdad.

Su novela refleja «el sueño» de la Transición. Respecto a esa etapa histórica, siempre ha dicho que aquella generación hizo lo que pudo hacer. No carga contra ella. Pero le parece irritante que niegue a la siguiente la posibilidad de introducir cambios.

Las protagonistas tienen mi edad. Eran adolescentes cuando se llevó a cabo la Transición. Hay algo que a Luis García-Araus, el dramaturgo, al director [Juanfra Rodríguez] y a mí nos afectó mucho cuando empezamos a hablar de la adaptación. Y fue ver que esta novela, que es de 1998, anticipaba ya, curiosamente, muchas de las cosas que ahora han aflorado y se consideran más universales. Estas mujeres adelantaban un cierto desencanto, ese escepticismo de tanta Transición, tantas campanas al vuelo, tanta democracia y tanto milagro español. Lo avanzaban en el plano de sus propias vidas. Se trataba de un conflicto todavía individual para ellas, no colectivo. Y, ahora, con todo lo que está pasando, eso tiene una relevancia mayor.

Una de ellas asegura que la crisis de los 40 es como la Transición: te dicen que se hizo hace mucho tiempo, pero no se acaba nunca.

Ésa es la historia de este país. Una transición, como su propio nombre indica, es un camino. Un proceso que empieza en un lugar y termina en otro. El problema es que en España sabemos cuándo empezó la Transición, pero no cuándo termina, porque se ha convertido en un régimen permanente. Y aún estamos viviendo en la Transición. Y ése es el origen de todos los desajustes que padece la sociedad española. Siento mucho decirlo, porque parezco una ceniza, cuando soy una persona optimista, pero creo honestamente que, de todas las crisis que hay ahora en España, la más fácil de resolver es la económica. En este país hay una crisis moral, política e institucional muy profunda. Hay una pérdida de crédito de las instituciones y una desafección de la ciudadanía por la opacidad del sistema. Tenemos una democracia que no admite ninguna clase de control por parte de los ciudadanos que no sea ir a votar cada cuatro años. Y tenemos una clase política completamente endiosada y ajena a las exigencias ciudadanas.

«El problema es que en España sabemos cuándo empezó la Transición, pero no cuándo termina. Se ha convertido en un régimen permanente»

¿Y eso viene de la Transición?

De un estado que se fundó a base de comidas en las que cuatro señores tomaban decisiones por el bien común y firmaban pactos secretos de los que no se enteraban los ciudadanos. Yo comprendo que, en ese momento, todo era difícil, con ese ruido de sables de fondo y los problemas que suponía reconvertir una dictadura sin romper los huevos. Pero aquí no se privó a los estamentos franquistas de sus privilegios. Se dio un baño de barniz democrático a todo. Y todo coló. Eso, en aquel momento, pudo funcionar y fue una buena decisión. Pero 35 años después, la situación es completamente distinta. Y estamos arrastrando las consecuencias de esas ediciones.

Sostiene que España es una democracia «más hermética que estable».

Escuché a José Álvarez Junco, un historiador muy brillante, decir que el problema es que 40 años de dictadura conforman un país. Álvarez Junco señala cómo, durante 40 años de franquismo, se dijo todo el tiempo: ‘Las democracias son inestables’. Y los padres de la Constitución dijeron: ‘Vamos a hacer una democracia estable’. Y, más que estable, la hicieron hermética. Y por no volver a 1931, la fecha no sólo de la proclamación de la Segunda República española, sino de la puesta en marcha del único experimento democrático que ha tenido éxito en la historia de España antes de ahora, volvimos a la Restauración borbónica. Y la corrupción que estamos viviendo ahora es una reproducción del sistema caciquil de alternancia en el poder del partido conservador y el partido liberal.

¿Es una corrupción clientelar?

Y sistemática. Básicamente, consiste en que unos señores siguen quedando a comer y más o menos dicen: ‘Yo coloco a mi cuñado en lo mío, y tú a tu cuñado en lo tuyo’. Así hemos llegado adonde estamos. No tiene sentido pedir transparencia a una democracia fundada sobre la opacidad. Hay que refundar el estado democrático español. Los franceses han refundado su república cinco veces. En un momento determinado habrá que reformar la Constitución porque las constituciones no evolucionan solas, son papeles, no maduran, no se adaptan a la realidad. Y la España actual no se parece nada a la del 78. Si han cambiado los conflictos, las formas de entender la vida y el país y ha cambiado el contexto económico, vamos a cambiar la Constitución. Y vamos a reconocer lo que se hizo mal, que no pasa nada.

«No tiene sentido pedir transparencia a una democracia fundada sobre la opacidad. Hay que refundar el estado democrático español»

Para usted, la Segunda República es el único momento en el que España se ha situado a la vanguardia de Europa.

La República fue un milagro. Y la gran oportunidad que ha tenido este país de progreso, modernización y futuro. La gran oportunidad para un país sometido tradicionalmente a una estructura caciquil, donde había una oligarquía indiferente al sufrimiento de la gente y existían unas condiciones de pobreza extrema y de analfabetismo radical. Un país donde la cultura era un bien negado a la gente común. En ese momento, la República supuso una liberación, una ventana para que entrara el aire. Fue un milagro que en cinco años abriera miles de escuelas. Fue un milagro que se truncó porque los que siempre habían tenido la sartén por el mango no estaban dispuestos a dejarse arrebatar sus privilegios. Una de las consecuencias más nefastas de la dictadura respecto al relato de este país es que la República ha pasado a la historia como la culpable de la Guerra Civil. Y no es la culpable, es la víctima.

Su serie de seis novelas ‘Episodios de una guerra interminable’ son de inspiración galdosiana. A Pérez Galdós lo compara casi con Cervantes.

Es el segundo gran novelista español de todos los tiempos. El primero es Cervantes, que inventó la novela moderna, no en España, sino en el mundo. Y el gran novelista español del XIX, que fue el siglo de oro de la novela en el mundo, es Galdós. Es el escritor que más me ha influido. Primero como lectora, luego como escritora. Me parece un escritor monumental. Y cuando pensé que tenía material para hacer seis novelas que me permitían contar 25 años de la posguerra [1939-1964] desde la óptica de los resistentes, de los que se negaron a aceptar ese estado de cosas, pensé que Galdós ya se lo había inventado. Él ideó hace más de un siglo el modelo, mucho antes de que se hablara de la ficción y la no ficción y de la novela basada en la no ficción. Sus ‘Episodios nacionales’ combinan ficción y no ficción. Él escogió acontecimientos reales, el 2 de mayo, Trafalgar, Bailén, y los usó como marco en el que incrustar una historia de ficción.

De tal forma que los personajes de la historia real interactúan con los de ficción.

Y yo me he enganchado a ese carro -no me he inventado nada- con mucho orgullo y sintiéndome una privilegiada. Entre Galdós y yo, Max Aub eligió el mismo patrón para contar la Guerra Civil en una serie de seis novelas que se llama ‘El laberinto mágico’. Yo sigo la misma tradición. Galdós escribía dos tipos de libros: sus novelas contemporáneas, en las que narraba la España que él vivía, y los ‘Episodios nacionales’, para contar de dónde venía esa España. Y escribió con la misma diferencia temporal con la que escribo yo, 70 u 80 años de distancia. Se fue a Carlos IV [fallecido en 1819], a los años previos a la guerra de Independencia [1808-1814] y arrancó de ahí. Yo, en mis primeras novelas, me dediqué a relatar cómo era la España de la movida, de los hijos de la Transición. Y, ahora, lo que voy a contar es de dónde viene esa España. En vez de hacerlo simultáneamente como don Benito, he escrito la segunda parte antes que la primera.

«Galdós es el escritor que más me ha influido. Primero como lectora, luego como escritora. Me parece un novelista monumental»

¿No cree que culturalmente se ha cultivado poco el filón de la resistencia armada? Quizá en otros países habría más películas, libros y series.

No es que se haya cultivado poco, es que no se ha cultivado nada. Hay países, como Francia, con una resistencia antifascista mínima en comparación con la española, que le ha sacado un partido descomunal. Holanda o Noruega tuvieron una resistencia antinazi escasa y han hecho grandes epopeyas. Una de las cosas que me decidió a escribir estas novelas es que me di cuenta de que los españoles vivimos sobre una mina de oro de personajes increíbles e historias fabulosas de aventuras. Y no las conocemos. La prueba más evidente fue el tema que elegí para el primer libro de la serie [‘Inés y la alegría’]: la invasión del valle de Arán. Cuando descubrí que, en octubre de 1944, 4.000 republicanos habían cruzado los Pirineos desde Francia y habían tomado el valle de Arán nueve días, me asombré mucho. Pero lo que me produjo taquicardia de verdad es que yo no lo supiera. Cómo se puede esconder una cosa tan grande. Pues siendo español en el siglo XX. Somos un país muy especial.

¿Se aprende tanto de los libros como de la vida?

Se puede aprender más de los libros que de la vida. Los libros y la literatura son vida. Lo que engancha a todo el mundo a los libros es esa condición que tienen los relatos de permitirte vivir vidas mejores que las tuyas, más interesantes e intensas. La vida de las personas es muy monótona, es una sucesión de días iguales. En los libros aprendes cosas que nunca vas a poder vivir. La literatura es emoción. Y cuando un libro te emociona, te cuenta tu propia vida. Tú puedes recordar lo que has leído como si formara parte de lo que has vivido. Los libros que he leído me han formado tanto o más que lo vivido.

Y le gusta más leer que escribir.

Siempre digo, en broma, que si me pagaran por leer, a lo mejor, no escribiría. Me gusta mucho escribir, pero me gusta mucho más leer. Cuando publiqué mi primer libro [‘Las edades de Lulú’], un periodista me preguntó: ‘Si te dieran a elegir entre vivir sin escribir o vivir sin leer, ¿qué elegirías?’. Y yo respondí: ‘No lo sé. Me lo tengo que pensar’. Me lo pensé y llegué a la conclusión de que elegiría vivir sin escribir. Porque, aunque es mi vocación y siempre he querido escribir, creo que podría ser feliz haciendo otras cosas. Pero, para mí, no leer sería dejar de vivir.

«Siempre digo, en broma, que si me pagaran por leer, a lo mejor, no escribiría. Me gusta mucho escribir, pero me gusta mucho más leer»

Se hizo de izquierdas leyendo.

Yo me hice como soy leyendo. Y en mi ideología política tiene mucho que ver la literatura. Mucho antes de que yo fuera capaz de enunciar una idea o pensamiento político, cuando tenía 13 o 14 años, leyendo libros aprendí con qué concepto del bien y del mal me identificaba y qué valores me parecían superiores a otros. Todo eso lo obtuve en las novelas y en la poesía mucho antes que enfrentarme a la formulación de mi pensamiento político. El sentido de la justicia o el valor de la libertad, innatos en los seres humanos, se ven muy reflejados en la literatura. Son los pilares del pensamiento político. Y yo los encontré en los libros mucho antes de decidir si era de izquierdas o de derechas.

La literatura permite vivir vidas mejores que las que tenemos. ¿Y el teatro?

El teatro, en primer lugar, es literatura. Todo lo que he dicho de la literatura hasta ahora vale para el teatro. Pero es, además, uno de los grandes amores de mi vida. Me encanta. Y me gusta más que el cine. Voy al teatro como si fuera a misa. Hay una sensación de misa laica. Se levanta el telón y va a suceder algo que sólo pasará esa vez. Y que tiene ese valor precioso de acontecimiento irrepetible y comunitario. Entre mis libros y autores favoritos, siempre digo que si no hubiera leído el teatro de Chéjov sería otra persona peor de la que soy. Me gusta verlo y, sobre todo, leerlo. El teatro, a parte de eso, ha sido mi gran frustración. Como me gusta tanto, he intentado escribir teatro un par de veces y siempre me ha salido mal. Por una razón: soy narradora. Yo saco un personaje al escenario y le pongo a contar. Y en el teatro, los personajes no tienen que contar. Les tienen que pasar cosas, aunque ahora está muy de moda que cuenten los personajes. Y esta versión de Luis García-Araus, que ha convertido textos de mi novela en teatrales, es un regalo.

«Voy al teatro como si fuera a misa. Hay una sensación de misa laica. Se levanta el telón y va a suceder algo que sólo pasará esa vez»

Si puede, vendrá a Rivas, una ciudad que le es familiar.

No sólo me es familiar, sino que los republicanos madrileños estaremos en deuda siempre con ella, porque ha sido el refugio y la inexpugnable aldea gala a la que hemos podido acudir porque siempre ha estado abierta para nosotros. Tengo recuerdos emocionantes y maravillosos de la colaboración con el Ayuntamiento de Rivas [concierto homenaje ‘Recuperando memoria’ y la campaña ‘Memoria del futuro’]. Con Rivas tengo una relación muy profunda.

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