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José Candil, el trabajador infatigable

Ayudante de cirujano, delineante, mozo en una fábrica, director de academia de idiomas... Son algunas de las ocupaciones de este ripense que tiene en Alemania la mitad de su corazón.

José Candil, el trabajador infatigable

Texto: Patricia Campelo

José Candil (1929) es un emprendedor que no conoce barreras de conocimientos ni de idiomas. Su vida profesional rebosa de iniciativas propias y trabajos variados con los que ha logrado salir siempre adelante en unos tiempos difíciles. Todo un ejemplo de tesón y espíritu aventurero.

En el verano de 1955 partió hacia Alemania junto con 70 estudiantes más para participar en un programa de voluntariado reconstruyendo ruinas provocadas por los efectos de la Segunda Guerra Mundial.

Tras un mes de trabajos en el que tenía cubierto el alojamiento y la manutención, los responsables de este programa de voluntariado les llevaron a conocer el país. «Un mes de trabajo, y un mes de vacaciones», detalla José Candil. Dos meses que le imprimieron, casi sin saberlo, el espíritu del viajero que no conoce fronteras.

De vuelta a España regresó a sus labores habituales. A mediados de los 70 trabajaba como delineante proyectista en el ministerio del Ejército del Aire por las mañanas. Las sesiones verpertinas las dedicaba a trabajar de «practicante» –»ahora se les llama ATS», puntualiza- ayudando a un cirujano.

Un día, un amigo le propuso marchar a Suecia a trabajar lavando caballos. «Le dije que no, y me planteé regresar a Alemania», relata.

«En España no era normal eso de irse fuera, pero en Europa había mucha movilidad de trabajadores y estudiantes», recuerda sobre la sombría década española de los 50.

Hasta la ciudad alemana de Bielefeld se fue con una «tarjeta de recomendación» de una empresa de máquinas registradoras para la que había trabajado en Madrid como representante comercial.

«Necesitaban gente, y me dijeron que trabajaría en la oficina, aunque no hablaba alemán. Allí me dedicaba a corregir las cartas comerciales que escribían alemanes que sabían algo de español», relata. «Pero yo quería aprender el idioma, así que pedí que me trasladaran a la fábrica». Y así se convirtió en el ‘chico de los recados’, encargado de llevar la leche a los obreros.

Poco después, sus pasos laborales dieron un giro significativo. «En Bielefeld había muy pocos españoles. Uno de ellos daba clase en la escuela Berlitz y me enseñó el método de estudio. Cuando él se ponía malo, yo daba sus clases». Así se inició en el mundo académico de los idiomas, y llegó a montar su propia escuela en la ciudad alemana de Fulda.

«No había casi ciudad en Alemania que no tuviera escuela Berlitz», asegura sobre el proceso de búsqueda hasta dar con un lugar donde ubicar la franquicia. Pero el negocio no funcionó. El municipio era pequeño, y no demasiado lejos se encontraba la gran ciudad de Frankfurt, con otra escuela Berlitz.

«Me enteré que en la ciudad de Osnabruck, mucho más grande, un hombre quería dejar su escuela». Y allí se estableció con su mujer alemana, con la que se había casado en Herne en 1960.

En 1971 regresó a España. Trabajó primero en una empresa alemana y, después, decidió emprender su propio negocio de importación de piezas y aparatos eléctricos. Fue pionero en adquirir productos como la regleta, hoy algo muy cotidiano pero una novedad en la España de los 70. «No tenía ni idea de electricidad, pero hice un curso», aclara.

En 1987 compró la casa de la zona de La Partija donde aún reside, y desde 2005 imparte clases de alemán en el centro de Mayores Concepción Arenal.

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