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José Sacristán: «Soy hijo, nieto y bisnieto de labradores»

Tras 'Almacenados' y 'Un Picasso', José Sacristán vuelve al auditorio Pilar Bardem el sábado 23 de noviembre (20.00) con la obra 'Yo soy Don Quijote de la Mancha'.

José Sacristán:

Entrevista: Nacho Abad Andújar

Por segunda vez en su vida teatral, José Sacristán (Chinchón, 1937) se sube a las tablas para interpretar de nuevo al caballero de la triste figura. Ya lo hizo en el musical que protagonizó con Paloma San Basilio, ‘El hombre de la Mancha’.

Ahora, la dramaturgia lleva la firma de José Ramón Fernández (Premio Nacional de Literatura Dramática 2011) y la dirección recae en Luis Bermejo. El reparto de ‘Yo soy Don Quijote de la Mancha’ lo completan Fernando Soto (Sancho) y Almudena Ramos (Sanchica, la hija del fiel escudero), todos acompañados en el escenario del violonchelista José Luis López, que toca en directo. La obra se representa el sábado 23 de octubre en el auditorio Pilar Bardem (20.00).

¿Cuántas veces ha leído El Quijote?

Entero, entero, una vez. Y me acerco a él con cierta frecuencia. Es un territorio no sólo literario, sino ético. Es una fuente moral inagotable. Pero no voy a presumir ahora de ser un experto de El Quijote. Tuve ocasión de leerlo desde niño. Yo iba [a los siete u ocho años] a clases con dos viejecillos en la calle General Mola, hoy Príncipe de Vergara. Para mí que eran dos maestros republicanos represaliados que no podían ejercer y que enseñaban en su casa, donde cabíamos seis o siete alumnos en el comedor. Y en lugar de abrir y cerrar las clases con el Padrenuestro y el Ave María, como pasaba entonces, nos hacían leer pasajes del Quijote.

Siempre se ha dicho que a esa edad, generalmente, no se disfruta mucho la lectura.

Para mí era una novela de aventuras, con aquellas ilustraciones que incluían los libros. Nunca me ha parecido un ladrillo que hay que leerse a la fuerza. De todas maneras, yo he sido un lector precoz. A los seis o siete años ya tenía la fantasía de las películas. Pero no soy tan imbécil como para decir que El Quijote me pareció siempre lo más.

A Don Quijote no lo representa cualquiera: Rafael Rivelles, Galiardo, Fernando Fernán Gómez, Fernando Rey y José Sacristán dos veces ya.

Me siento muy honrado. En esta propuesta de José Ramón tenemos total y absoluta libertad para enfrentar a Sancho, Sanchica y Don Quijote. El juego es el teatro dentro del teatro. Yo soy Pepe Sacristán haciendo de Don Quijote. José Ramón ha hecho una síntesis de toda la esencia de El Quijote, trasladándolo, sin querer dar doctrina, a los tiempos actuales. La obra, al margen de entretenida, tiene una propuesta de juego, de lectura en la distancia de El Quijote.

La vida quizá le haya hecho más quijotesco, pero sus orígenes son sanchopancescos. Se reivindica como hijo de labradores.

Cómo no. En los consejos que doy a Sancho Panza le digo: ‘No te reniegues de decir que vienes de labradores, haz gala de la humildad de tu linaje’. Y a mucha honra. Soy hijo, nieto y bisnieto de labradores. Y de no muy lejos de Rivas, de Chinchón. Por aspiración, sí, Don Quijote, pero siempre con un pie a tierra. Me cuesta subir al caballo sin apoyarme en el Sancho que llevo dentro.

Don Quijote, ¿cabalgaría hoy junto a los desahuciados y los desempleados?

Qué duda cabe. Y buena falta haría. Siempre insisto, cuando me preguntan si harían falta más Don Quijotes en la política, que el político no debe nunca confundir molinos con gigantes. Necesitamos figuras que no se paren a pensar qué riesgo van a correr con tal de defender unos principios. Lo que nos está pasando hoy es, entre otras cosas, culpa de la miopía, la equivocación, el error enorme de un sector de la sociedad y los responsables de la acción política que no han reconocido la gravedad de la situación y la dimensión del contrincante, del enemigo, de habernos confundido los molinos con gigantes y haber estado viviendo un espejismo estúpido. Era obligación de ese vigía ideológico y moral haber advertido de que, cuando se llegan a situaciones de fuerza como la que estamos viviendo, los muertos son siempre los de siempre.

Usted sostiene que estamos viviendo una guerra: no caen bombas, caen recortes.

Sin duda ninguna, es una guerra. Y el error de la izquierda es decirle a Rajoy que se equivoca en su política porque no crea puestos de trabajo. A ver si nos enteramos de que no se trata de eso. Esto es una guerra y te jodes y te quedas en el paro, y te jodes y te desahucian. A ver, la izquierda, que presente batalla porque, lamentablemente, no hay autoridad política, social ni moral. Y, si no se reconoce esto, vamos de culo. El batacazo moral de la izquierda en este país es irreparable.

Como cantaba Pablo Guerrero, ¿todavía es tiempo de soñar y de creer?

Yo ya tengo 76 años, pero pobre de vosotros si no sois capaces de eso. Soñar y creer, pero trabajar también y darse cuenta de qué coño ha pasado y por qué estamos donde estamos. Y dejar de joder con echar culpas fuera y ver hasta qué punto somos capaces o no de restaurar y recuperar el edificio, el depósito moral que corresponde a la izquierda.

Desaparecidos tipos como Saramago o Sampedro, ¿tiene noticias de algún Don Quijote público?

Podría dar nombres, pero mejor evitar agravios comparativos. He conocido Don Quijotes maravillosos: Sampedro, Saramago, Sábato, Miguel Delibes y muchos más. Y los hay y siguen estando ahí, pero no voy a decir ahora el nombre de unos apóstoles y descuidar otros.

A los intérpretes que pasan por Rivas les preguntamos por el IVA cultural, el más alto de Europa.

Es una de las demostraciones de la insolencia con la que opera la derecha. Toda la grosería e impunidad con la que está operando esta gente es porque saben que no tiene contrincante, que no tienen nada que temer, al menos de momento. Y esto es lo que pone de los nervios: cómo coño hemos llegado hasta aquí. Cómo hay que tragárselas dobladas porque ahí está la maravillosa derecha, que no tiene que hacer el menor esfuerzo porque toda la corriente de la historia corre a su favor. Y la izquierda, mientras tanto, haciendo el chorra, como que no pasa nada. Y mira dónde estamos.

¿La izquierda debe quemar la lana, como hacía Luppi en ‘Un lugar en el mundo’?

Es una metáfora. El personaje de Federico no asumía, en ese momento, la responsabilidad de un acto político sino de uno estrictamente personal. No soy incendiario yo, de todas maneras. Eso se acaba volviendo en contra.

¿Entonces?

Hay que concienciar. Primero, no nos engañemos: los políticos y la situación que vivimos no son un accidente natural como los terremotos. El último informe [Pisa] dice que somos los últimos en Europa en matemáticas y entendimiento de la lectura. El otro día, un club de fútbol contrata a un futbolista por el que paga 100 millones de euros [Gareth Bale] y acuden 40.000 personas a la puesta de la camiseta [presentación del jugador]. 40.000, con la que está cayendo.

¿Qué hay que hacer?

Yo no tengo la solución. Pero el tren ha descarrilado, se ha ido a tomar por culo. Y no se trata de ponerlo otra vez en la misma vía. Pero, para el nuevo trazado, que vengan ya los que saben de ferrocarril.

Hay quien dice que parte de los males del país vienen de la Transición.

Otra vez a echar la culpa a la Transición. O la tiene Merkel o la Transición. En aquella época había una relación de fuerzas que era la que era, y hacía muy difícil otra posibilidad. Mucha gente dice: es que teníais miedo. Nos ha jodido, pero cómo no se va a tener miedo. Claro que después de la Transición se debió trabajar en sanearla y mejorarla. Pero entonces se hizo lo que se pudo.

¿Y está de acuerdo con el relato que se ha hecho de la Transición?

No, en absoluto. Es perfectamente mejorable. Cuando hacíamos con David Trueba ‘Madrid 1987’, y nos documentábamos, se ve cómo ya empezaba la cultura del peloteo y ya empezaba la izquierda a putearse, a tirar para otro lado. Estoy muy cabreado con la izquierda de este país. Me pregunto dónde estamos de verdad. Qué se ha hecho. Cuál es el discurso.

Volvamos a las tablas, ¿qué significa el teatro para usted?

Mi oficio, ya sea en el cine, la televisión o el teatro, es, por encima de todo, un juego. Nada más y nada menos que el juego de hacer creer al otro que soy el que no soy. Y ya a título personal, cuando me pongo delante de una cámara o salgo a un escenario, lo hago siempre de la mano del crío que fui, el que jugaba a ser el gánster, el policía o el pirata. Y después, mucho después, todo esto se aproxima a un territorio cultural, artístico, ideológico y social.

¿Qué le parece que desde el Ayuntamiento de Madrid se haya planteado quitar el nombre de Fernán Gómez, maestro y amigo suyo, al teatro municipal de la plaza de Colón?

A título personal, yo digo: no se lo voy a poner fácil al energúmeno que pretenda ejecutar esa acción. Confío en que no se lleve a término.

¿Qué le sugiere ese borrado de memoria?

Otra vez la impunidad. La insolencia. La falta de vergüenza y respeto de esta gente. La misma falta de sensibilidad que la política del Ministerio de Educación.

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