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Antonio Ataz, el rimador petanquero

La poesía ha ocupado una parte primordial en la vida de este técnico mecánico de 91 años que fichó por el Real Madrid, tuvo su propia empresa y se jubiló para cuidar a Carmen, su mujer.

Antonio Ataz, el rimador petanquero

Texto: Patricia Campelo Reportaje incluido en ‘Rivas al Día’ de julio-agosto

Incredulidad es la primera sensación de quien escucha a Antonio confesar la edad que tiene.

Asegura cargar con más de nueve décadas a sus espaldas, pero su pose ante la vida dice otra cosa. ‘Qué importa la edad’ es el título de su autobiografía –un pequeño libro de tapas duras elaborado como recuerdo-, y una declaración de intenciones.

Antonio Ataz Sánchez (Murcia, 1921) comparte sus vivencias con quien quiera escucharle, aunque recela de la prensa. En esta ocasión, sus hijas le han convencido para contar públicamente su historia. «Me decían, ‘venga papá, hazlo de una vez'», aclara Antonio, cuya vida ya había sido objeto de atracción por parte de algunos medios.

Ahora, sentado ante la mesa de la sala polivalente del centro de mayores Concepción Arenal, va desgranando recuerdo a recuerdo toda su trayectoria vital.

91 años dan para mucho y el disco duro de la memoria de Antonio, técnico mecánico de profesión, funciona a la perfección. «Su cabeza es un ordenador», le dijo una vez una psicóloga. Gracias a ello, y con la ayuda de las fotografías que ha traído a la entrevista y los documentos sobre su vida laboral, puede reconstruir un nutrido relato de acontecimientos.

No hace falta ningún libro de historia. Antonio describe lo que atesora su memoria: hechos que se remontan a los años de la Segunda República.

Contaba con 10 años cuando vio la proclamación del sistema político que trajo consigo el sufragio universal. Se abría así una etapa en la que se desarrollaron derechos civiles que ayudaron, como en el caso de Antonio, a que niños de familias humildes pudieran continuar sus estudios. «En 1931 comencé en la escuela de artes y oficios», indica.

Por entonces estudiaba bachillerato en el instituto San Isidro, en Madrid, y sus profesores se percataron de las habilidades que tenía para las matemáticas, de modo que simultaneó la enseñanza básica con la especializada del Instituto Americano, centro con el que logró el título de técnico mecánico.

Antonio guarda con celo esos años felices. Nadie le puede cuestionar sus recuerdos. Pero el gesto de su cara cambia cuando el relato de su vida llega a 1936.
Tenía 15 años cuando vio interrumpidos sus estudios para coger un fusil y defender la democracia. Un grupo de militares había dado un golpe de estado contra la Segunda República, y comenzaba la Guerra Civil. «Vivía en Carabanchel; eso era zona ‘roja’. Recuerdo que por la plaza Fernández Ladrea [plaza Elíptica] había que saltar por encima de los muertos».

Al finalizar la contienda se fue a Murcia junto con otros evacuados, pero regresó pronto a la capital. Como jugador de fútbol estuvo en el Club Deportivo Aviación, filial del Atlético de Madrid-, fue fichado por el Real Madrid y cedido después al Murcia.

Tras ese coqueteo con el fútbol profesional, colgó las botas para comenzar una carrera llena de triunfos en el sector del metal. Y no lo dice él: habla la vida laboral de la que da parte la Seguridad Social. «Venían a buscarme y me preguntaban cuánto quería cobrar». «En 1951 tenía un jornal de 22 pesetas al día», ilustra.

Cuando se jubiló en 1984 para cuidar a su esposa Carmen, dejaba una trayectoria en la que había sido jefe de servicio en Ajuria, jefe de taller en construcciones Hernando y gerente -propietario de los talleres Ataz, en los que trabajaban 370 personas, entre otros muchos puestos de dirección.

Antonio revela el secreto de su éxito coordinando trabajadores: «Nunca eché una bronca; daba consejos y les decía a mis empleados ‘cuanto más sepas tú, mejor le irá a la empresa'».

Ahora, los días de Antonio transcurren entre la poesía, el teatro, las charlas y la lectura. Al centro de mayores Concepción Arenal acude casi a diario. «Todo esto que hago ahora es como un bálsamo: mientras estudio un guión no pienso en otras cosas», explica sobre la representación que protagonizó durante los ‘Días Mayores’.

«Mis compañeros de teatro son mi segunda familia, gracias a ellos estoy viviendo», concluye. En cuanto a la poesía, heredó la capacidad de rimar de su padre, un trovero murciano.

Desde la crisis económica, al entretenimiento de las personas mayores, sus versos son un amplio abanico temático. A veces, incluso habla rimando sin darse cuenta, y tiene versos que usa de tarjeta de presentación: «(…) Diréis que soy un rollero /pero me gusta rimar/ soy el rimador petanquero».

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