Texto y foto: Patricia Campelo.
Fue una de las espectadoras que vio, de estreno en el cine madrileño, la película ‘Lo que el viento se llevó’. Era noviembre de 1950 y, por entonces, Rita Valle García era una chica de 15 años deslumbrada por la gran pantalla. «Era el ocio de la época, no podíamos hacer más que ir al cine. Iba a uno del Puente de Vallecas. Se formaban unas colas¿».
De carrerilla recita otros títulos que marcaron su juventud, como ‘Quo Vadis’ (1954) o ‘El último cuplé’ (1957) y «muchas películas del oeste». «He sido muy feliz sin nada», sintetiza sobre aquellos años en los que ella, junto a su madre y hermanas, cosía en Madrid las heridas abiertas por la Guerra Civil.
Nació en Huelma (Jaén) en 1935, y los recuerdos de su padre sólo se los han proporcionado algunas fotos y el relato de su madre. «Era de izquierdas. Cuando acabó la guerra se fue a Francia, junto a tantos otros, y allí los alemanes le cogieron como deportado político. Murió en el campo de concentración de Mauthausen [Austria]. Mi nieto fue allí, y está el nombre de todos los españoles, también el de mi padre», narra. El campo austriaco reunió al mayor grupo de republicanos retenidos por los nazis, cerca de 10.000, y dos tercios murieron allí.
«Mi madre se quedó viuda muy joven. Nos llevó a Jaén, y empezó a trabajar de cocinera en el hotel Cervantes. Mis hermanas y yo hacíamos a veces de niñeras para conseguir algo y salir adelante», recuerda. Al caer la noche, las tres niñas Valle García se reunían con su madre en la cocina del hotel y así lograban dormir con algo en sus estómagos. «No había nada. Fueron años de mucha necesidad».
DE JAÉN A MADRID
La década de los años 50 la comenzaron en Madrid. Su madre vendió la casa de Jaén y compró una vivienda al este de la capital. Pagó 170.000 pesetas (hoy, unos 1.000 euros). Frente a su piso, tenían los trabajos de ampliación de la línea de metro que, hasta entonces, moría en el Puente de Vallecas.
«El piso era grande, y mi madre alquilaba habitaciones a trabajadores que venían a las obras entre semana». Además, Rita colaboraba en la economía familiar limpiando en un hotel. Después de casarse entró en la siderúrgica Metal Mazda, donde inspeccionaba las lámparas antes de su salida a tiendas.
«Estuve en control de calidad muchos años, hasta que vino la Philips, compró la fábrica y nos despidieron a todos», lamenta. Por entonces ella tenía 50 años, y le había dedicado su vida laboral a la revisión de luminarias. Al poco, dejó Vallecas y empezó nueva vida en Rivas, cerca de una de sus hijas.
Vecina de la avenida de los Almendros desde los años 80, «cuando no había nada» y «algunos vecinos traían pan y frutas» al resto de los escasos habitantes del incipiente barrio oeste ripense, Rita enseguida empezó a participar en la vida de su ciudad. «Ganábamos cada año el premio de disfraz en los carnavales. Recuerdo el primero; nos dieron 15.000 pesetas», sonríe.
El teatro también ocupó otra de sus aficiones, que aún hoy mantiene, ahora, en el centro El Parque. «Estamos preparando dos obras para estrenar el próximo mayo. Voy cada lunes y miércoles, por la tarde. Tenemos una profesora estupenda».
CAMINAR HASTA MORATA
Además, Rita completa sus rutinas con su grupo conocido como Los carrozas andarines, una veintena de mayores que caminan juntos. «Quedamos cada viernes para andar, y luego nos tomamos la cervecita. Cada semana vamos a un sitio. Hemos caminado hasta Morata, por los cortados, las lagunas», enumera. Otros días se van a Madrid y cogen el tren hasta la sierra.
«Y un viernes al mes quedamos para comer», describe, y aconseja a la personas de su edad que salgan: «En Rivas tenemos de todo, y casi todo gratis; que no se queden en casa».
