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Gente que ayuda a gente: historias solidarias

Reportaje sobre ripenses que han elegido la solidaridad como una manera de entender la vida. Gente que echa una mano a otra gente.

Gente que ayuda a gente: historias solidarias

Texto: Patricia Campelo

La ciudad de Rivas ha ido creciendo en proporción al esfuerzo invertido por sus vecinos y vecinas para convertir un páramo baldío en un municipio de 81.000 habitantes dotado con los servicios públicos básicos.

El fenotipo ripense tiene que ver con lucha, reivindicación, inconformismo y generosidad, valores que encarnan los protagonistas de este reportaje, representativos de buena parte de esa ciudadanía que construye día a día un lugar mejor donde vivir.

Algo tiene Rivas que hasta aquí llega a vivir «gente especial», sintetiza el veterano vecino Miguel Ángel Martínez. Él es una de esas cientos de personas que ayudan a su entorno ‘porque sí’ y se asocian para sumar voces con las que lograr que sus reivindicaciones sean escuchadas.

La formación de este tejido social se remonta a los tiempos de la llegada masiva de vecinos y vecinas a la zona oeste de la ciudad. Por entonces, las urbanizaciones que hoy consolidan las avenidas de Covibar y Pablo Iglesias comenzaban a edificarse en un páramo carente de servicios públicos y de actividad comercial.

A principios de los años 80, Rivas contaba con 652 habitantes. En apenas siete años, la cifra ascendió a 7.599. La organización vecinal fue clave aquellos años para ganar las primeras batallas con las que lograr colegios, centros de salud, parques y transporte.

En la memoria de aquellos colonos pioneros se conservan las manifestaciones que pedían un acceso al ‘lejano oeste’ de Rivas desde la carretera de Valencia, o los pañuelos rojos anudados al cuello para ser identificados en Conde de Casal -mientras esperaban un autobús que llegaba cada hora- por sus vecinos con coche y que les trajeran de vuelta al barrio. La hemeroteca da cuenta también de los cortes en la A-3 protagonizados por ripenses que clamaban contra la incineradora de Valdemingómez, a mediados de los 90.

Hoy, ese mismo esfuerzo asociativo para lograr avances en la línea de la responsabilidad cívica se contempla en el barrio de La Luna, donde han fijado su residencia muchos hijos e hijas de aquellos colonos. Allí continúa el legado reivindicativo y ese colaboracionismo se traduce en la organización de sus fiestas de barrio o en el logro de un local cedido por el Ayuntamiento para las asociaciones.

Precisamente, desde el Consistorio ripense se persigue favorecer y nutrir al tejido asociativo. «Ponemos a disposición las dependecias municipales para que desarrollen sus iniciativas y buscamos la forma de facilitar espacios de convivencia ciudadana», explica Montse Burgos, concejala ripense de Participación Ciudadana.

Además, desde el Ayuntamiento «se facilitan herramientas de participación y asociacionismo para la ciudadanía más joven, que adquiere, de esta manera, el sentido de pertenencia a su ciudad», añade Burgos sobre iniciativas como el Foro Infantil y la Audiencia Pública.

Las dos Casas de Asociaciones (Casco y Oeste), donde conviven 85 entidades diferentes, es otro ejemplo de este colaboracionismo ejercido por vecinos y vecinas que, en estos tiempos de crisis, han reforzado sus esfuerzos por ayudar a la gente de su entorno.

MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ: «Parece que Rivas atrae a gente especial»

Cuando Miguel Ángel Martínez, de 55 años, se arranca a enumerar las causas sociales que abraza necesita su tiempo. La faceta solidaria nació en él hace décadas, y desde entonces echa una mano en todo lo que puede, dentro y fuera de Rivas.

Con la ONG Asicall ha realizado viajes a El Salvador, en el ámbito de la cooperación para la educación deportiva, participa en la asociación Cadena de Favores, en Aluche, y en Rivas lleva años intercambiando favores en Intertiempo y colaborando con la Red de Recuperación de Alimentos (RRAR) desde los orígenes de este colectivo ripense.

«Hago pequeñas reparaciones y alguna vez he necesitado un masaje o algún arreglo de ropa», especifica sobre lo que aporta en el Banco del Tiempo, donde se afana por ayudar pero son escasas las veces que solicita un favor.

Con la RARR, hace poco estuvo colocando las estanterías sobre las que ahora se depositan los alimentos que llegan a la nave que el Ayuntamiento de Rivas ha cedido a este colectivo ciudadano para que desarrolle mejor su labor de distribuición de comida a familias en situación de crisis sobrevenida.

Miguel Ángel trabajaba hasta hace dos años en una empresa de reparación de ascensores y en un polideportivo madrileño. «Me llegó la prejubilación, y ahora trabajo por las tardes en el polideportivo y las mañanas las dedico a todas estas cosas», aclara. En Rivas tiene su casa en la plaza de Castilla La Mancha, aunque acude a dormir casi siempre a Vallecas. «Pero es como si viviera aquí, porque paso muchas horas cada día. Y en verano, que se está más fresquito, vengo a dormir», asegura este ripense de adopción.

En su caso, la predisposición para ayudar a la gente le viene en su programación genética, según defiende. Su padre, ya en los oscuros años del franquismo, ayudaba a todo el que podía, «sin importar la ideología ni la religión». «Él nunca iba a misa, pero un día un cura en Madrid pidió ayuda para construir un campamento donde acoger a niños, y allí fue él para ayudar a construirlo», rememora.

Para explicar a Miguel Ángel las ventajas de ayudar, su padre se valía de un argumento práctico: «Me decía: ‘si no quieres hacerlo, piensa en plan egoísta, y que alguna vez puedes ser tú quien lo necesite’. Ojalá todos fuésemos un poco egoísta, ¿verdad?», plantea.

Gracias a la labor solidaria que Miguel Ángel ejerce en otros lugres, puede comparar y subraya el elevado nivel de compromiso social que ha encontrado en Rivas. «Es una de las zonas donde más colaboracionismo he visto. Cuando llega la campaña de recogida de alimentos, aquí hay gente que no tiene nada y que es la más generosa. Con cualquiera que hable, aunque lo acabe de conocer, me ofrece dar algo. Es una ciudad muy especial, muy sensibilizada con este tema», reconoce.

Interrogado sobre las claves de este asociacionismo, Miguel Ángel considera que en los orígenes, cuando los vecinos y vecinas del barrio Oeste se organizaban para reclamar la dotación de servicios, puede hallarse la explicación. «Cuando más lo necesitas más te asocias y te unes. Ahora con la crisis nos volvemos a unir. Además, parece que Rivas atrae a una gente especial», concluye.

INMA DE LA HOZ: «El Consejo de Cooperación es muy importante»

Inma de la Hoz (62 años) es médica anestesista y viaja al Sáhara cada año para colaborar en el programa de cirugía oftalmológica que Médicos del Mundo lleva a cabo en los campamentos de refugiados saharauis, en Tinduf, al sur de Argelia.

Con ella se inauguraron estas misiones que buscan mejorar la calidad de vida de los habitantes del desierto, expulsados de sus tierras del Sáhara Occidental hace cuatro décadas y con un futuro incierto. La primera vez que Inma se topó de frente con esta situación, no pudo volver a mirar hacia otro lado.

«Empecé en 1996, en un puente de San Isidro. Mi amigo José Taboada [hoy, presidente de CEAS Sáhara] me dijo que cómo no había ido nunca a los campamentos, así que fui, y desde ese momento no me he desenganchado. La problemática es tan seria, es una injusticia tan tremenda con una salida tan difícil, que no me he desentendido», defiende.

Inma colabora con la causa a través de sus conocimientos. «La manera que tenía de ayudar, como soy anestesista y Médicos del Mundo era la organización a la que ya pertenecía, era colaborar profesionalmente como anestesista del proyecto», explica. Ahora, Inma, junto con el oftalmólogo de esta comisión, es la única que queda de los que comenzaron hace 20 años.

«Hay muy buenos profesionales que han mantenido el programa todos estos años», apostilla. Para llevar a cabo esta colaboración solidaria, Inma emplea su tiempo libre, y suele viajar al Sáhara en dos periodos de 15 días en abril y en septiembre. «Vamos en nuestras vacaciones o con días libres o permisos sin sueldo porque la Comunidad de Madrid sólo da días para emergencias, no para cooperación. Hacemos voluntariado», aclara.

A lo largo de estas dos décadas, Inma ha percibido diferencias entre los habitantes del Sáhara, los receptores de su ayuda. «Están peor. Aunque hay más colaboración y más cooperación, allí no hay nada que hacer. Con la crisis, los saharauis que trabajaban en España se han vuelto. Ya no hay dinero que mandar, y han regresado [a los campamentos] para no hacer nada», lamenta.

Además de sus visitas al Sáhara con Médicos del Mundo, esta ripense participa en Rivas Sahel, la asociación encargada, entre otros, de gestionar en el municipio el programa Vacaciones en Paz, por el que llegan a España cada verano cientos de niños y niñas de los campamentos del Sáhara. «El año pasado fue en el que más niños se acogieron pese a la crisis. La asociación [Rivas Sahel] es capaz de conseguir familias que acojan y, además, aquí se trata muy bien a los niños. Hacen muchas actividades», se congratula Inma.

Metida de lleno en causas solidarias de fuera, esta médica anestesista destaca la existencia, en Rivas, del Consejo de Cooperación, donde están representadas las asociaciones y ONG ripenses en materia de ayuda al desarrollo. «Es muy importante que exista. Allí se evalúan los proyectos con seriedad y de manera imparcial», apunta.

Con Guanaminos sin Fronteras, el «grupo de grupos», como les llama, Inma participa en el proyecto que el veterano colectivo ripense lleva a cabo con Palestina. «Colaboramos, desde hace años, con el comité de mujeres palestinas, con atención a niños y formación de la mujer», concreta.

TOÑI MORERA: «Aquí la gente siempre se ha preocupado de su entorno»

Toñi Morera formaba parte de ese grupo de amigos que un día, hace ya tres años, decidieron tomar partido ante las situaciones de crisis sobrevenida que estaban padeciendo muchos de sus vecinos y vecinas. Los ‘invisibles’, como les llamaban, eran esas familias que del día a la noche se habían topado con la escasez, con el frío de no poder encender la calefacción y con la impotencia de no tener un ­desayuno que ofrecer a sus hijos. ‘Invisibles’ porque no podían asumir su nuevo contexto y, por tanto, pedir ayuda.

«Veíamos que la crisis estaba arrasando de una manera bestial, y que había personas que necesitaban ayuda. Lo veías en los colegios. Era gente que nunca antes había imaginado ni en la peor de sus pesadillas que se iba a quedar así, algo que además era difícil de reconocer. Así que nos pusimos manos a la obra», aclara Toñi sobre los inicios de la Red de Recuperación de Alimentos de Rivas (RRAR).

«Fruto de llamar a tantas puertas, la respuesta ciudadana ha sido grande. Este local que nos ha cedido el Ayuntamiento es maravilloso», confiesa sobre la nave municipal ubicada en la calle del Crisol y desde donde la entidad reparte ahora alimentos no perecederos a quienes más lo necesitan. Además de este colectivo, Toñi, de 56 años, participa en la revista feminista ‘Con la A’, que dispone de un local en la Casa de Asociaciones, y en Amnistía Internacional (AI), de donde es socia desde hace casi tres décadas.

«Como activista, en el grupo del Sureste, trabajo desde hace tres años», puntualiza. Ahora, está inmersa en un programa de educación en derechos humanos con los institutos de Rivas. «Desde la red de escuelas de Amnistía, los institutos trabajan temas como la igualdad, la homofobia, etc. Y nosotros les damos herramientas y documentación de apoyo de Amnistía», especifica.

«Son cosas de hormiguita, de ir poco a poco», matiza. También es una de las gestoras del Banco del Tiempo, el proyecto con el que siente un elevado grado de compromiso. Con todo, esta vecina de la zona de La Partija se ve a sí misma como una «aprendiz» constante de los demás. Ahora, dispone de más tiempo libre por fuerza, ya que un ERE por el que atraviesa la empresa en la que ha trabajado toda su vida la ha dejado sin empleo. A su edad, se considera «desvinculada» del mercado laboral, y vuelca sus energías en ayudar a la gente de su entorno.

«Rivas siempre ha sido un municipio muy solidario. No sé si es coincidencia, pero la gente que ha llegado aquí ha tenido una forma de ser y de pensar que ha marcado la trayectoria del municipio y a los diferentes ayuntamientos», defiende. «La gente es muy participativa y siempre se ha preocupado por el tipo de ciudad donde quería vivir», agradece Toñi, al tiempo que defiende la importancia de la «vecindad». «Aquí hay tantos sitios comunes que se presta a ello: la Casa de Asociaciones, la Universidad Popular», enumera.

CHON REDONDO: » Cuando me prejubilé decidí empezar a ayudar en mi barrio»

Durante muchos años, Chon se dedicó al voluntariado en los barrios madrileños de Vallecas ¿en el Pozo del Tío Raimundo- y La Elipa, dando clases a colectivos desfavorecidos. Cuando se prejubiló, se dijo a ella misma «ahora, en mi barrio». Así fue, y desde hace ocho años imparte clases de alfabetización a mujeres árabes. Acude entre uno y dos días a la semana al Área Social del Parque de Asturias. Allí, enseña castellano a un grupo de unas 20 mujeres de Marruecos.

Chon Redondo, maestra de Lengua, se enteró durante una manifestación que se buscaban voluntarias para impartir estos talleres. «Me acerqué al corrillo donde lo estaban hablando y dije que me apuntaba», detalla. Esta vecina de la zona de Pablo Iglesias ya acumulaba años de intervención social con colectivos vulnerables. «Pertenecía a una ONG que iba a las cárceles, y me dedicaba allí a la enseñanza. He estado muy implicada», señala.

Esta colaboración con presas le llegó de la mano del cura de Vallecas Manuel Ramos, que fue detenido durante la Transición y encarcelado por repartir panfletos en su barrio. En prisión, se percató de las malas condiciones en las que vivían los reclusos y, al salir, decidió formar una ONG para apoyarles desde fuera, a ellos y a sus familias. «Se trataba de que supiesen sus derechos, sus horas de visita y cosas así», concreta Chon. «Luego formamos un equipo amplio; también había un psicólogo», recuerda.

Así empezó esta maestra, de 66 años, en el mundo de la solidaridad. Eran los años 80 y, al poco, llegó a Rivas para ubicar aquí su residencia, en la zona oeste de la ciudad. Ahora, con sus alumnas reconoce sentirse bien: «Darles una sonrisa o un beso para ellas es lo más, y para mi es gratificante». Junto con Chon, unas diez voluntarias forman parte de este programa de la Concejalía de Mujer.

Además, Chon también fue una de las vecinas que participó en los orígenes de la RRAR, «en el almacén de Copima», indica sobre el espacio donde almacenaban al principio los alimentos. «No teníamos nada. Pintamos el techo y paredes porque el almacén llevaba muchos años cerrado. Íbamos a los supermercados a ver si nos daban cosas, y ahora tenemos un local del Ayuntamiento y un furgón para llevar los alimentos», relata satisfecha.

Sobre el perfil solidario de sus vecinos y vecinas, Chon asegura que la bondad aumenta «cuando se ven las necesidades». «Solemos ver la maldad de las personas, pero hay gente que se vuelca. En momentos puntuales, como la Operación Kilo, ayudan mucho», subraya Chon.

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