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Buceo en Rivas: buscando la paz bajo el agua

Sumergirse en el mar es una de las actividades más fascinantes que puede hacer el ser humano. En Rivas un club facilita la experiencia: ya superan el centenar de integrantes.

Buceo en Rivas: buscando la paz bajo el agua
Clase de buceo en la piscina municipal del Parque del Sureste de Rivas. HORACIO DÍAZ

– Texto: Nacho Abad Andújar / Fotos: Horacio Díaz.

«Si quieres ver el mundo, no tienes más remedio que sumergirte en el mar, porque tres cuartas partes del planeta son agua». Las palabras que pronuncia uno de los dos instructores de buceo del club Rivas Sub, Ángel Rojo, resumen en parte por qué la actividad subacuática engancha a quienes la practican. Pero hay más motivos. «La sensación de ingravidez sólo la podemos experimentar los astronautas y los buzos. Bucear es adentrase en el mundo del silencio y de la paz», comenta Elisa Benítez, la otra instructora.

«El buceo nos da libertad y muchas satisfacciones. El mar es un mundo aún muy desconocido. La gente que prueba este deporte se siente atrapada. No sólo por la sensación de respirar bajo el agua, sino por la flora y fauna que hay abajo», describe el presidente de la entidad, José María Machuca, al que todos llaman Chema, de 57 años (32 de ellos como vecino ripense), buzo de tres estrellas y más de 75 inmersiones en su biografía marina.

«Si quieres ver el mundo, no tienes más remedio que sumergirte en el mar, porque tres cuartas partes del planeta son agua»

El club lo creó un grupo de ocho amigos el 1 de agosto de 1992. Actualmente lo integran 106 socios y socias, lo que le convierte en uno de los más numeros de la Comunidad de Madrid y uno de los más grandes del país, según Machuca.

Pero Rivas Sub es más que un club en el que sus integrantes comparten salidas al mar. Es, además, una escuela de buceo: la factoría de aprendizaje en la que anualmente decenas de personas (edad mínima, ocho años) se familiarizan con las burbujas (54 alumnos esta temporada). Aprendices que aún no han hecho el curso de buceo y no pueden, por tanto, sumergirse con botella de aire comprimido.

En la escuela sólo se trabaja con el equipo ligero: máscara, aletas y tubo de respiración. Es el eslabón que antecede a la práctica submarina como tal. Y, por lo que dicen los datos, una antesala bien aprovechada: el 70% del alumnado se saca luego el curso de buceo. Esta temporada, una quincena, que deberán realizar 20 horas de prácticas en piscina, 10 teóricas y una salida al mar en fin de semana con cinco inmersiones.

Las clases finalizaron el pasado 31 de mayo y no se reanudarán hasta octubre (entre 15 y 31 euros al mes, según los casos). Se imparten los sábados y domingos, en tres niveles: básico (pececillos, según la denominación del club), medio (delfines) y avanzado (tiburones). «Además de la práctica típica de esnórquel, entrenamos la apnea [aguantar la respiración bajo el agua, tanto en posición estática como en movimiento] o realizamos juegos como el hockey o rugby subacuáticos», explica Irene Fernández, monitora de la escuela.

«Aún recuerdo la sensación de tranquilidad y calma. Sentir sólo mi respiración y tener 20 metros de agua encima es una pasada»

«Es adictivo», sentencia el instructor Ángel Rojo. «Sólo la biodiversidad que ves en el agua te anima a entrar otra vez. Además, nunca hay dos inmersiones iguales, aunque sea en el mismo sitio», advierte. «Te crea mono», corrobora su mujer y también socia del club, María de las Mercedes Flores. Ella explora las profundidades desde hace ocho años: «Lo que me llamó la atención al principio fueron las burbujas, los peces y una morena muy grande que me pasó entre las piernas», evoca. El buceo le ha permitido visitar lugares remotos como la isla de Sulawesi (Indonesia) o Filipinas.

SALIDAS AL MAR

Las socias y socios del club realizan entre cinco y seis salidas al año. Dentro y fuera de la Península. La última, por ejemplo, a Lanzarote: «Los fondos allí son muy ricos y accesibles. Se ven meros de 40 kilos, escualos, mantas, caballitos de mar…», enumera Esther Feito. Esta funcionaria retomó la práctica del buceo tras venirse a vivir a Rivas hace dos años. «Vi que la oferta deportiva en la ciudad era excelente. Me llamó la atención las actividades subacuáticas y me reenganché después de 14 años». Como a tantos de sus compañeros, le seduce «la paz, el silencio y la tranquilidad de los movimientos».

«Todos los desplazamientos dentro del agua deben ser sutiles y suaves. El sonido del mar es un susurro que lleva a la persona a unirse con la naturaleza y a sentirse otro animal más del mar», corrobora Machuca.

UN DEPORTE MUY SEGURO

Uno de los inconvenientes del buceo se encuentra en el aspecto económico. «No es un deporte barato. Un equipo completo cuesta 1.000 euros como mínimo. Y hay que salir al mar, que en el caso de los madrileños lo tenemos a no menos de 350 kilómetros. Por eso en el club realizamos compra de material, para que los integrantes puedan usarlo mientras van adquiriendo el suyo propio», resume Machuca. La cuota anual es de 45 euros.

«Sólo la biodiversidad que ves en el agua te anima a entrar otra vez. Nunca hay dos inmersiones iguales, aunque sea en el mismo sitio»

Contra las reticencias que puedan presuponer los neófitos, el buceo se cataloga como una práctica segura si se respetan las normas establecidas: «Si un buzo sigue todos los protocolos de seguridad resulta prácticamente imposible que ocurran accidentes. Sólo cuando alguien desobedece las reglas puede caer en riesgos». Las inmersiones se realizan, como mínimo, en pareja.

«En nuestro caso, las hacemos en grupo. Solemos tener un guía de grupo y otro de cola. Los buzos se emparejan según los niveles, para protegernos: uno experimentado con otro más novato. Y sin olvidar que se trata de una actividad de compañerismo; sin él, no se puede desarrollar. Dejamos nuestra vida en manos de quien nos acompaña. Tenemos que estar muy seguros de que esa persona es nuestro hermano de agua», comenta el presidente.

Ya saben: en Rivas existe un club que les invita a probar qué se siente en el fondo marino, cuando sólo se oye el murmullo del agua o el aleteo de un banco de peces. Ese lugar donde, si no hay corrientes que lo impidan, todo es paz y triunfa la calma. El mar, promesa y semilla de libertad, que cantaba Luis Eduardo Aute.

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