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Árbitros: necesarios para jugar (y aprender)

Alrededor de un centenar de árbitros pitan en las ligas municipales escolares y de adultos. Su mediación permite a 1.300 chavales y 1.700 mayores de 18 años disputar sus partidos los fines de semana.

Árbitros: necesarios para jugar (y aprender)

Texto: Nacho Abad Andújar / Fotos: Jesús Pérez

Sin árbitros no hay ligas. Sin su labor mediadora y su vigilante aplicación del reglamento, miles de aficionados se quedarían con las ganas de disputar sus respectivas competiciones municipales cada fin de semana.

El centenar de colegiados registrados en Rivas permite a 1.700 adultos disfrutar de los campeonatos locales para aficionados (fútbol sala, fútbol 7 y fútbol 11) y a 1.300 chavales de las competiciones escolares: baloncesto, hockey sobre patines, fútbol 7, fútbol sala y voleibol (nacidos como muy tarde en 2001 y no antes de 2006) y sófbol y béisbol (a partir de 1997).

Conocer qué cualidades debe atesorar un árbitro y a qué retos se enfrenta en cada encuentro, y saber cómo ayudarle desde el terreno y la grada para que cumpla eficazmente su tarea, es el objetivo de este reportaje.

Con 34 años, Sergio Seoane coordina desde 2009 a los colegiados que intervienen en las todas las ligas municipales de fútbol [adultos y pequeños], asociados en la Agrupación Deportiva Lúdica Rivas Vaciamadrid. Este monitor de natación, que arbitra desde los 16 y habrá dirigido más de 10.000 encuentros, tiene claro la función de su gremio: «El objetivo de un árbitro es pasar lo más desapercibido posible. Es la parte menos importante del partido, un mediador. Lo ideal es que no existiera. Y en el caso del fútbol, si es cuco y los jugadores no son mala gente, los partidos salen bien y los disfrutas».

Al calibrar la función arbitral conviene distinguir entre partidos de adultos y escolares. La conflictividad en el campo aflora poco en los primeros y casi nada en los segundos, a excepción de esos familiares exaltados que sueltan exabruptos desde la grada. Seoane, que empezó jugando al voleibol y baloncesto, ama su condición de impartir justicia. No la cambia «por nada»: «Hay días malos y días magníficos. Pero de 100 partidos, 90 son preciosos, para pitarlos gratis. Siete u ocho son de aguantar, de pensar qué pesados se están poniendo los jugadores. Y solo dos o tres salen feos».

¿Un ejemplo para la satisfacción?: «Cuando un jugador te felicita al final del partido, a pesar de haber perdido por 4-3, con un gol de penalti en contra y en el último minuto, y te dice: ‘Árbitro, sin duda, el mejor del partido, tú’. Eso no hay quien lo pague». Como tampoco tiene precio, que sí valor, ver a un «jugador echar la pelota fuera, con empate a uno, y ante una ocasión clarísima de gol, para que se atienda a un contrario que ha caído lesionado».

¿Y qué virtudes innegociables debe manejar el colegiado? «La paciencia. Y no dudar. Si pitas algo, estar seguro. Y no ponerte a las malas con los jugadores. Ellos hacen tu trabajo y tú el tuyo», responde Aitor Gómez, de 19 años y uno de los 13 colegiados de la liga escolar de baloncesto, con dos de experiencia en la Federación Madrileña y ahora solo dedicado a los pequeños, donde dirige a chavales de 5 a 13 años.

En el balompié, Sergio Seoane aprendió pronto una máxima que sigue a rajatabla: «Más vale pitar lo que ves que pitar asustado. Con dudas en la cabeza, el partido te sale mal. Uno puede ser mejor o peor, pero ha de señalar lo que ve». Resume en cuatro las cualidades imprescindibles: «Conocer las reglas del juego, saberlas aplicar, tener sentido común y ser valiente. Un árbitro cobarde no vale para nada porque al final gana el equipo que más chilla, y eso supone premiar una actitud incorrecta», explica el coordinador de medio centenar de colegiados, el menor con 16 años y el más veterano con 59. También cuenta seguir de cerca el juego: «No es lo mismo advertirle a un jugador desde 15 metros que se ha tirado que decírselo en su cara según se está cayendo».

Tanto Seoane como Aitor Gómez mencionan la paciencia. «Tienes que ser frío cuando te protestan. Jamás responder. Tú tienes las tarjetas [fútbol]. No debes contestar porque gozas de un poder superior: decidir si ese jugador juega mañana o se pierde varios partidos», dice el primero. Y el segundo añade: «Lo primero, dialogar. Y si no vale para nada, cortar por lo sano, aunque no sea agradable, porque uno no pita para echar a la gente».

Este joven, estudiante de 1º de Ingeniería de Computadores en la Politécnica de Madrid, no muestra añoranza por «las ligas de adultos». Su deporte, el baloncesto, implica mucho contacto [bloqueos, peleas por ganar la posición para capturar el rebote…], con múltiples jugadas simultáneas, tanto en la zona donde se juega la pelota como en la contraria, y mucho palique con el árbitro. «A veces sí he sentido añoranza por volver a pitar a mayores, pero ha sido hacerlo y quitárseme porque me doy cuenta de lo duro que es, y más si pitas solo».

CON NIÑOS Y NIÑAS, MÁS FÁCIL

Toda esa rudeza se evapora cuando se tercia con niñas y niños. «Es más fácil y divertido. No hay presión ni suele haber problemas», reconoce Aitor Gómez. En estos casos la figura arbitral se erige, además, como referente educativo: «Explicamos las reglas del juego. Si tienes que repetir a un chaval la misma norma tres veces, se la reiteras».

Seoane lo corrobora: «Prima que el niño juegue, no se lesione y conozca las normas. Yo tengo dicho, por ejemplo, que si hay que repetir un saque de banda para que el chaval aprenda, se repite. Si un niño se cae, paramos el juego inmediatamente. Si hay una falta fea, pedimos al infractor que se disculpe. Todo eso supone invertir en futuro. Si van bien educados desde un principio darán menos problemas cuando crezcan».

VOLEIBOL

A sus 16 años, Natalia Oliver, estudiante del instituto Duque de Rivas y jugadora del juvenil B del club local de voleibol, experimenta su primera temporada como colegiada de la liga de mini voley de Rivas, una versión reducida del balonvolea para edades comprendidas entre los 9 y 12 años, donde predominan las niñas por mucho. En lugar de seis jugadores por equipo, saltan cuatro a la pista. Y los choques duran tres set en lugar de cinco.

En el voleibol los equipos no entran en contacto: permanecen en campos contrarios separados por la red. Y la figura arbitral tercia menos. Su misión consiste principalmente en ver si la pelota toca línea o no, si el jugador roza la malla o invade el campo contrario [prohibidas ambas situaciones] y sancionar los dobles, según relata Natalia.

Como sus colegas de baloncesto y fútbol, insiste en la función instructora: «El mini voley sirve para introducir a los pequeños en el voleibol. No estamos tan pendientes de pitar faltas sino de corregir o enseñar pautas. No es un deporte fácil para edades tempranas, porque exige anticiparse a la caída del balón, coordinar movimientos para golpearlo y orientarlo en una dirección determinada».

Si una niña, por ejemplo, pisa la línea de saque al iniciar un punto, Natalia no penaliza y el juego continúa. «Si fallan puedes permitir que repitan el saque. Si aún carecen de la fuerza necesaria para alcanzar el otro campo, autorizas que se adelante un poco», prosigue. Incluso se viven situaciones emocionalmente complejas. «En el mini voley tienes que ser flexible. ¿Qué haces cuando a un niño o niña le entra una rabieta en mitad del partido porque no le ha salido una jugada y se pone a llorar?». ¿Qué se hace, qué? «Le dices al entrenador que lo saque del campo para que se calme y se está pendiente de él hasta que se le pase».

FAMILIARES, NO ESTRESEN

Pero en el caso de los infantes, el mayor problema suele sentarse en la grada, y casi exclusivamente en las de fútbol. A algún padre habría que prohibirle asomar la cabeza por los partidos. El coordinador de los árbitros futboleros lo explica bien: «Hay padres que gritan desde la grada al entrenador, el árbitro o sus hijos, y lo único que hacen es estresar a los pequeños. El problema no son los niños. Los niños enseguida razonan, incluso se piden perdón entre ellos. Pero el padre gritón somete a su hijo a un estrés innecesario».

Por eso la Concejalía de Deportes, organizadora de las ligas, sacó hace años la campaña de sensibilización ‘Por un deporte educativo’, dirigida a progenitores, entrenadores, árbitros, profesorado y ciudadanía en general. Y funcionó: se rebajaron los ánimos competitivos y aumentó el compañerismo y el sentido lúdico del juego.

Así, por ejemplo, en las ligas escolares municipales no existen clasificaciones. En las de fútbol tampoco se muestran tarjetas amarillas [advertencia de expulsión] ni las temidas rojas [expulsión directa]. En su lugar, se puede penalizar con una cartulina azul: abandono transitorio del campo durante dos minutos.

Pero tampoco luce mucho esa tarjeta. «Los árbitros la llevamos de adorno. Habremos sacado una en los últimos cinco años. Si a los niños les dejas jugar, no necesitan árbitro, este solo sirve para decidir si el balón sale de banda o no. Poco más», comenta Seoane. De esa transigencia infantil debería aprender el jugador adulto.

Como dice el árbitro de baloncesto Aitor Gómez: «Hay que jugar para divertirse y aprender». Que lo recuerden, principalmente, los padres.

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